Por: Ángel Bea.
Llevo algunos días dando algunas vueltas por Facebook. Me interesan los debates teológicos. Sobre todos aquellos en los cuales los intervinientes, aunque no estén de acuerdo se respetan y no hacen del debate algo personal. Cuando un debate se centra en la persona contraria y se usan descalificaciones hacia el otro, el que lo hace pierde de antemano toda la fuerza de su argumento y, aunque crea que lo está haciendo “fenomenal», no es así. Lamentablemente en mucho de lo que veo hay demasiadas descalificaciones, calificaciones desafortunadas, condenas y rechazos.
El otro día, sin ir más lejos, leí en una página más allá del “charco” un debate con toda una serie de comentarios cruzados entre calvinistas y supuestamente arminianos, del carácter mencionado más arriba. Su forma de debatir (y algunos eran pastores) era indigna de hijos de Dios. Entonces pensé que un día, cuando todos estemos delante de la presencia de Dios, unos y otros comprenderemos todo lo relacionado con la soberanía de Dios y la responsabilidad humana; pero a la vez, seguramente sentiremos una gran vergüenza por no haber representado dignamente al Señor de la mansedumbre, de la humildad y de la gloria. Queridos, la salvación no depende de que yo “sepa” lo que Dios hizo “antes de la fundación del mundo” (aunque saber gran parte de eso me dé mucha seguridad) sino por creer en la persona y la obra de nuestro bendito Señor Jesucristo. (Hech.4.12; Ro.10.8-9). Y eso es así (¡y lo saben!) tanto para calvinistas como para arminianos. ¿Por tanto?. Hay formas y formas; y muchas veces la “formas” hablan del fondo del corazón y aunque creamos que ponemos “fuego y pasión” en el debate y que eso nos identifica como “los fieles” y “los puros en doctrina”, en el fondo del corazón, lo que hay es una ausencia de amor hacia los hermanos por los cuales Cristo murió.
Pongamos por caso que, si yo quiero debatir en contra de unos presupuestos teológicos que considero equivocados, como puede ser el liberalismo teológico, que incluso yo mismo creo que son dañinos para la fe cristiana, lo que debo hacer es prepararme bien para conocer esos supuestos errores; y luego, hago una serie de exposiciones en el medio (o medios) que considere oportuno, en varias entregas (dependiendo de la amplitud) exponiendo el error y argumentando en contra del mismo, con lo que considero que es la verdad bíblica. A lo largo de dichas exposiciones podré citar un autor y otro y los que hagan falta, en las fuentes literarias donde hayan vertido sus convicciones. Así, mis lectores podrán leer una y otra posición, valorar los argumentos y sacar sus propias conclusiones al respecto. A otros, con mis aportaciones les estaré avisando del gran peligro para la fe que hay en dicho movimiento. No es nada personal contra aquel o aquellos que creemos que están equivocados. Es, sencillamente, lo que dicen o escriben lo que interesa evaluar, discernir y rebatir, llegado el caso.
De esa manera, los que me leen y entienden toman las medidas oportunas en sus iglesias, instituciones, etc. Porque una vez descubierto el error, si lo hubiera, cada quien es responsable de erradicarlo o de mantenerlo. Y las personas que lo propagan tendrán que asumir las consecuencias por sus propias creencias. Así de sencillo. Pero si en vez de argumentar contra –en este caso- el liberalismo teológico, centramos nuestro debate público sobre un autor, lo señalamos públicamente y lo acribillamos con nuestros “argumentos”… estamos usando una forma que deja mucho que desear en el carácter de ese apologeta de la “verdad bíblica”. Sinceramente, yo como evangélico, no deseo ser representado por alguien así. Porque entiendo que “hay formas, y formas” y esa no considero que sea correcta.
Como ejemplo, aunque un tanto diferente al liberalismo teológico, diré que hace unas dos semanas recibí el último número de la revista Aletheia, que edita la Alianza Evangélica Española. En dicho número (del cual no dispongo ahora porque lo presté) aparece un artículo que escribió a mediados de los años 90 el pastor José María Martínez (en un sentido también fue mi pastor, a través de su obra literaria) sobre Dietrich Bonhoeffer. Todo su artículo hablando del mártir cristiano que murió a manos del régimen nazi, es para gozarlo (¡y llorar con él!) no solo por su calidad literaria sino por la sensibilidad, el respeto y el reconocimiento a la persona, la obra y a la actitud de fe y confianza con la cual enfrentó la cárcel y la muerte. Y algo que no debe olvidarse: Dietrich Bonhoeffer no era “evangélico”. Pero en el pastor Martínez siempre vi otro talante.
Al final, termino como comencé y es que, “hay formas y formas”
Sobre el autor:
Ángel Bea Espinosa nació en Fuensanta de Martos (Jaén) pero se crió en Córdoba. A los 21 años (final de 1966) entregó su vida al Señor Jesucristo, después de experimentar por largo tiempo una gran necesidad espiritual y a pesar de que era bastante religioso. Después de una experiencia de 15 años de vida de iglesia y ministerio en la misma, fue encomendado al ministerio pastoral en 1982, con el reconocimiento de los pastores de la ciudad de Córdoba (España). Su formación ha sido autodidacta hasta que, en 2004 comenzó estudios a distancia con UNIVERSIDAD ICI Global en España, graduándose en Biblia y Teología en 2010, celebrando la ceremonia de graduación en el CSTAD (Centro Superior de Teología de las Asambleas de Dios de España).
Ángel Bea es pastor presidente de la Iglesia Evangélica Betesda de Córdoba. También es profesor del CSTAD, donde dicta la asignatura de bibliología a los estudiantes de primero. Está casado con Mª. Dolores Jiménez Vargas. Ambos tienen tres hijas y dos hijos.