por Jean-Marc di Costanzo
Él es la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación.
Él es la imagen del Dios invisible, el que tiene la primogenitura, el heredero sobre toda la creación.
Este versículo suele malinterpretarse y ha dado lugar a interpretaciones totalmente erróneas. No dice que Cristo fuera creado primero, ya que 1:16 dice que por medio de él fueron creadas todas las cosas. Como creador, queda excluido de la creación, ya que no se puede confundir al alfarero con su vasija. ¿De quién habla Pablo en esta epístola? De Jesucristo y de su obra como hombre. Como Dios, él es el creador del universo; pero como hombre, él es el Hijo de Dios; los relatos de su infancia en Mateo y Lucas lo explican.
El término que suele traducirse por primogénito es el griego prôtotokos. Esta palabra está asociada al verbo prôtotokeuô (dar la primogenitura) y al sustantivo prôtotokia (primogenitura; véanse Hb 12:16; Gn 25:32, 34 en la LXX); corresponde a un concepto típicamente judaico, que los latinos entendieron en la Vulgata como primogenitus (que puede traducirse el que nace primero o el que hereda). En Israel, el primogénito de los varones era aquel a quien pertenecía por derecho toda la herencia. La Epístola a los Hebreos 1:2, expresa este concepto más claramente para nosotros al afirmar que Dios ha nombrado a su hijo heredero sobre todas las cosas. Para entender lo que Pablo está diciendo en Colosenses 1:15, es necesario remitirse a los LXX, el Antiguo Testamento griego de los primeros cristianos, para ver cómo se utiliza allí la palabra prôtotokos.
En Éxodo 4:22 está escrito que Israel es llamado prôtotokos del Señor. Dios pide a Moisés que se dirija al Faraón y le prohíba tocar a su pueblo, porque éste ocupa una posición especial para Él en la historia de la salvación: va a heredar una tierra en la que se cumplirá la promesa hecha a Abraham, promesa por la que todas las naciones de la tierra serían bendecidas en él y en su descendencia, Jesucristo. Es cierto que, según el libro del Génesis, Jacob/Israel usurpó la primogenitura de Esaú (Gn. 25:27-34); y por ello, Dios le concedió la perpetuación de la promesa: Todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu descendencia (Gn. 28:14).
Como titular de la primogenitura, Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, recibió del Padre la herencia del mundo (Rom. 4:13), y se convierte así en aquel en y por quien todas las naciones pueden reconciliarse con su Padre celestial. De hecho, Jesús es el nuevo Israel, el creador de un nuevo pueblo del que los 12 apóstoles representan a los patriarcas, y para el que la ley, grabada en el corazón, sigue siendo pertinente. No se trata de un pueblo nuevo, sino de un pueblo renovado por la gracia; el que Dios siempre ha querido desde la eternidad. Cómo es imposible acercarse a Dios a causa de la santidad de la que no está dotado ningún ser humano, Dios invisible se ha hecho visible en Jesucristo, acercándose así a los hombres para concederles la salvación la herencia de la gloria.
La dificultad que Dios tenía que resolver era ciertamente compleja: ¿cómo podía satisfacer a la vez su amor, que le impulsaba a traer a sí a los pecadores, y su santidad, que les impedía acceder a su trono? La respuesta que encontró a este espinoso problema fue Jesucristo, que se convirtió para nosotros en el Nuevo Adán, aquel a través del cual el hombre puede renacer a una vida nueva. Podemos entender la expresión «en Cristo Jesús», tan utilizada en las epístolas de Pablo. Así, cuando nos convertimos, se produce un doble fenómeno: Jesús viene a habitar en nosotros por el Espíritu Santo; y somos bautizados, sumergidos, en él. Entonces nos sucede todo lo que le sucedió a él: en Cristo, morimos con él en la cruz; pero como Cristo resucitó, también nosotros resucitamos con él. De modo que ya no podemos condenarnos mientras permanezcamos en él. ¿Por qué? Porque estamos muertos. El pecado, como la condena, ya no tiene poder sobre nosotros; porque no puede ser condenado a muerte quien ya está muerto. Por eso Cristo murió en la cruz, para que por Él y en Él muramos al pecado y a la muerte. Revestidos de Cristo, Dios ya no nos ve cómo pecadores, sino que nos ve a través de Cristo, santificados por su justicia. Resucitados en Él, ahora estamos sentados con Él en los lugares celestiales, donde ahora tenemos libre acceso al Padre. Lo que somos, dice Pablo, aún no se ha manifestado. Porque Jesucristo se hizo obediente hasta la cruz, Dios lo ha exaltado sobre todo nombre en el cielo y en la tierra. Como hombre, Jesucristo obtuvo una herencia eterna de gloria que ahora comparte con todos los que le aman y glorifican (Gal 4:7).
Oh, profundidad de las riquezas y de la gracia de Dios, podríamos decir, según Romanos 11:33. El Señor nos llama entonces a ser conscientes de nuestra posición, pues quien lo hace comprende la importancia de la santificación, sin la cual nadie verá al Señor. Que el Señor nos conceda su gracia para crecer en Él un poco más cada día. Amén.
Jean-Marc di Costanzo, misionero francés jubilado en España, fue fundar del Institut Supérieur d’Exégèse Biblique, en Uagadugú (Burkina Faso) y en Bouaké (Costa de Marfil). Sirvió con su mujer en Mauricio donde dirigía la escuela bíblica. Le gusta seguir sirviendo al Señor compartiendo sus conocimientos a través de artículos como esta.
Este articulo fue publicado en francés en la revista Pentecôte Receiver vivre transmutare, enero 2023 con el título, “Le coin de l’exégèse: Colossiens 1/15”. https://viensetvois.fr/pentecote-numerique/4035-ebook-avril-2023.html.