Jonás, el profeta inestable

 

Por: Osmany Cruz Ferrer.

A todos aquellos que han sido llamados por Dios, para que no repitan la locura de Jonás.

El perfil del profeta.

Jonás significa: paloma. Un ave que se caracteriza por su docilidad y que es fácil de domesticar por su dueño. Nada que ver con el indomable Jonás, por ello Dios tuvo que usar métodos pocos convencionales para traerlo a razón es sus momentos de ofuscación y desobediencia. Algunos se llaman cristianos, que significa un imitador de Cristo, pero no viven en consonancia a tan loable apelativo. No siempre Dios orquestará tormentas para llamar nuestra atención, ni enviará un cetáceo a engullirnos, pero él sí usará el método más conveniente para enseñarnos su propósito y encaminarnos en su plan.

A pesar de Dios conocer el carácter de Jonás y su tendencia al enojo y a la amargura, le habla y le encomienda una tarea asombrosa como mensajero de la justicia de Dios: «Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí» (Jonás 1:2). Uno al leer todo el libro se pregunta cómo puede Dios escoger a semejantes individuos para protagonizar su historia de gracia y redención. A la misma vez, uno ve en Jonás una especie de reflejo personal. Jonás evoca nuestros dislates, nuestros miedos, nuestra indiferencia, nuestro orgullo. Nosotros somos como ese Jonás en alguna medida y hasta que no seamos conscientes de nuestra indignidad y flaqueza, no podremos anular a ese Jonás que hay dentro de nosotros.

En el Antiguo Testamento, Jonás era conocido por sus semejantes por sus aciertos proféticos. Él predijo exactamente la tarea que llevaría a cabo Jeroboam II y la nación de Israel lo sabía: «Él restauró los límites de Israel desde la entrada de Hamat hasta el mar del Arabá, conforme a la palabra de Jehová Dios de Israel, la cual él había hablado por su siervo Jonás hijo de Amitai, profeta que fue de Gat-hefer» (2 Reyes 14:25). Aunque Jonás fue un hombre con revelación profética esto no le hacía inmune al peligro de la rebeldía y la apostasía ministerial.

No podemos regodearnos en nuestros éxitos pasados como si ello fuera un salvoconducto contra el error. Una vida vigilante es imprescindible si queremos permanecer en fe y obediencia. La conducta de fe es algo de todos los días, sin vacaciones o días festivos. «El justo por la fe vivirá» (Romanos 1:17). Sin ese cuidado se puede estar un día en el Everest de la bendición y al siguiente en Las Marianas de la insensatez.

El profeta haciendo uso de su libre arbitrio actúa alocadamente. No tanto porque huye de su responsabilidad profética, lo cual puede ser una primera reacción humana y hasta plausible, sino por querer escapar de la presencia de Dios. Lo segundo es peor que lo primero. Tan necio puede llegar a ser la persona cuando se llena de vanagloria y justicia propia. «Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová» (Jonás 1:3).

Jonás estaba abandonando su sitio de servicio, pero su situación era empeorada por su actitud enojosa contra Dios. Jonás estaba molesto por la posible acción perdonadora de Dios. Le molestaba de Dios la virtud que, precisamente, evitó que él fuera destruido o desechado. La misericordia que Dios usaría con los ninivitas, la usó primero con Jonás. Podemos llegar a ser así de torpes. Es peligroso olvidar que nuestro Dios es Dios de gracia y misericordia.

Jonás nos advierte sin proponérselo, de lo improcedente que es desacatar la voluntad de Dios. Si Dios dice Nínive, no podemos decir nosotros Tarsis. Irle a la contraria a Dios no hará que nos sintamos mejor. Intentar huir de su designio es renunciar a estar completos. Es rechazar la honorabilidad del servicio abnegado. Es buscar lo propio, antes que lo que trae gloria al Señor. El precio a pagar por la desobediencia es la deshonra, y ese estigma pesa más que la muerte.

Dios, en su trato misericordioso no deja a sus hijos pecar con éxito. Por eso hizo levantar un gran viento en el mar, y la tempestad resultante amenazaba con partir la nave en dos (Jonás 1:4). Todo ello para hacer escarmentar al profeta. Es apasionante y dramático el cuadro. Dios podía buscarse a otro que lo representara en Nínive. Pero su amor es obstinado y perseverante. Así que utiliza los elementos de la naturaleza para llamar la atención de un hijo rebelde. Solo un padre amante hace ese tipo de cosas. Nadie puede amar como él ama.

Pero Jonás no reacciona. Se va a dormir en franco desdén hacia el Señor. Trata a Dios como un visitante indeseado. Es difícil ver en otro personaje bíblico tanto acopio de indiferencia. No obstante Dios persiste, Dios no se rinde, su plan tiene una segunda parte.

Los marineros paganos demuestran más devoción por sus dioses que Jonás por su Señor. Casi leo con rabia los versículos de Jonás 1:5-7. Mientras Jonás dormía, otros actuaban. Mientras él no oraba, otros lo hacían a dioses equivocados. Cuesta decirlo, pero algunos que no profesan la fe cristiana son más laboriosos, apasionados y devotos que algunos que asisten a diario a la iglesia, pero que no viven en la plenitud de la vida de Dios. Siempre que nos alejamos del Señor nos volvemos perezosos, desapasionados, e indiferentes ante las necesidades de otros.

Los marineros echan suertes para saber si hay un culpable entre ellos que ha desatado el juicio divino y la suerte cae sobre Jonás. La charla y las preguntas que surgen inmediatamente de los atribulados marinos, son comprensibles: «Entonces le dijeron ellos: Decláranos ahora por qué nos ha venido este mal. ¿Qué oficio tienes, y de dónde vienes? ¿Cuál es tu tierra, y de qué pueblo eres?» (Jonás 1:8) Sin embargo, la respuesta de Jonás es tan desconcertante como su carácter: «Y él les respondió: Soy hebreo, y temo a Jehová, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra» (Jonás 1:9). Jonás conocía de la grandeza de Dios capaz de crear los cielos, pero no sabía el significado de temer a Dios. Hablaba por hablar, decía aquello que no era, su fe se había convertido en algo teórico.  Este es un peligro constante al que estamos expuestos. A creernos cosas que no somos, a decir palabras que no sentimos. Esto es pecado delante de Dios, es la peor de las hipocresías.

Jonás parece tener un atisbo de culpabilidad, pero no de arrepentimiento y pide a los dubitativos marineros que lo echen al mar y así la tempestad se calmaría. Jonás prefiere ahogarse que arrepentirse. Actúa irresponsablemente. El pecado lo convierte en un necio orgulloso. Los marineros le dan una lección al profeta. Hacen una oración pidiendo misericordia. Los postreros son primeros, los ignorantes se hacen sabios y el que debía enseñar es enseñado por estos desconocidos. Dios calma la tempestad, porque más vale la oración de un pecador arrepentido que los títulos muertos de un pretendido profeta de Dios.

El mar se calma, pero el espíritu de Jonás continúa indoblegable. Dios, por tanto, procede con su plan maestro. Envía un gran pez al estilo Moby Dick, capaz de zamparse al profeta con el suficiente oxígeno para mantenerlo vivo durante tres días. Dos de esos oscuros días, Jonás se mantiene en silencio, no hace nada para cambiar su situación. Su liberación tenía como premisa un cambio de actitud y una oración de confesión, ambas cosas le eran demasiado molestas al profeta.

El camino hacia la restauración de Dios se realiza con una actitud de arrepentimiento, con confesiones de pecados, con determinación de abandonar lo mal hecho. No es difícil de hacer, pero como no es difícil de hacer, es fácil de no hacer. La mayoría de los problemas existenciales de los cristianos se solucionarían si actuaran en consonancia con las Escrituras y la guianza de Dios por su Espíritu Santo.

La primera parte del capítulo dos es llamada: La oración de Jonás. Una oración donde Jonás es aplastantemente sincero y donde reconoce que si Dios no le lleva a ese extremo, quizás hubiera perdido su alma: «Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta ti en tu santo templo» (Jonás 2:7). Dios nos hace atravesar ciertos procesos con tal de llamar nuestra atención. Nada le interesa más a Dios que nuestra salvación.

He visto a personalidades evangélicas perder sus puestos encumbrados en sus Organizaciones. He estado cerca de hombres que antaño eran heraldos y referentes, pero que han llegado a estar en el pozo más profundo del fracaso. Personas que creyeron por un tiempo que podían hasta prescindir de Dios, no en sus palabras, pero sí en su actuar. Su trepidante descenso ha sido propiciado por Dios mismo para recuperar a sus amigos.

La oración de Jonás no es nada larga, no hacía falta que lo fuera. A Dios no se le puede impresionar con palabras y el profeta ya iba captando nuevamente esas verdades. Así que el proceso termina cuando el discípulo está listo. El pez le da una última lección al arrepentido profeta. A una sola orden de Dios arroja a Jonás en la arena. Creo que Jonás nunca olvidaría ese episodio, en el cual un pez desprovisto de entendimiento, demostró más sentido común que un hombre de Dios.

Una campaña evangelística de tres días.

Dios habla a Jonás por segunda vez sobre un mismo asunto y esta vez tiene los oídos del profeta y su posterior obediencia: «Vino palabra de Jehová por segunda vez a Jonás, diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y proclama en ella el mensaje que yo te diré. Y se levantó Jonás, y fue a Nínive conforme a la palabra de Jehová. Y era Nínive ciudad grande en extremo, de tres días de camino. Y comenzó Jonás a entrar por la ciudad, camino de un día, y predicaba diciendo: De aquí a cuarenta días Nínive será destruida» (Jonás 3:1-4). Dios siempre te da la oportunidad de reescribir tu historia. Si a la primera fracasas, proveerá de una segunda oportunidad. No podrás obviar los errores del pasado, o las consecuencias de estos, pero podrás hacerlo mejor para la próxima vez.

Al profeta se le da un mensaje específico: «proclama en ella el mensaje que yo te diré» (Jonás 3:2). Debía de ceñirse a lo que Dios le diría. No podía cambiar nada. El mensaje dado por Dios incluía la develación del pecado que caracterizaba a aquella gente, la rapiña. Eran ladrones violentos y Dios estaba en contra de sus pecados. Jonás se ciñe a lo dicho por el Señor sin poner ninguna excusa, quizás el mensaje le resultaba fácil de proclamar debido a sus pensamientos anteriores sobre la ciudad de Nínive y sus habitantes. Sin embargo, en el siguiente capítulo nos enteramos que había realizado la tarea con ciertos recelos.

Aquella gran ciudad de más de 120 000 habitantes reacciona ante el mensaje de juicio del profeta con un arrepentimiento evidente, donde aún a los animales se les privó de alimentos en señal de arrepentimiento de sus poseedores. La ciudad toda se vistió de cilicio y ayunó. Dios, al ver la actitud de humillación decide remitir el juicio. «Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo» (Jonás 3:10). El profeta no estaba dispuesto a entender la misericordia de Dios, un atributo que él llevaba disfrutando desde hacía tiempo y por el cual aún era profeta.

Pensar que somos mejores que otros es un grave pecado. Si no fuera por la misericordia de Dios ningún hombre estaría vivo. Debemos conocer a Dios y gozarnos en sus atributos. Necesitamos tanta misericordia como cualquiera, nunca nuestros méritos serán suficientes. No debemos creernos en ventaja sobre otros en cuanto a justicia propia. «Tú, temible eres tú; ¿y quién podrá estar en pie delante de ti cuando se encienda tu ira?» (Salmos 76:7).

El arrepentimiento de los ninivitas hizo que Dios detuviera su juicio. Dios puede soberanamente cambiar una acción que estaba por realizar, lo que no cambia Dios jamás es su carácter. A Jonás le costaba entender esto. Así que se apesadumbró y se enojó con Dios en extremo (Jonás 4:1). Hizo una oración donde cuestionaba a Dios sin ninguna reserva. Jonás había perdido su temor reverente por Dios y le hablaba al Señor como si fuera un molesto vecino. «¿No es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal» (Jonás 4:2). El profeta critica a Dios por aquello que debe ser alabado. Tal necedad procede de un corazón lleno de amargura y enojo. Ninguna buena oración puede salir de un mal corazón.

Jonás le pide a Dios que le quite la vida. Una oración que Dios no contesta, otra vez por esa misericordia que tanto incomprende Jonás. Entonces el Señor le hace una simple pero acertada pregunta: «¿Haces tú bien en enojarte tanto?» (Jonás 4:4). El profeta no responde y sale de la ciudad a esperar qué va a ocurrir. Dios lo deja ir, aunque disponía del poder para paralizar al predicador descontento.

Es ridículo enojarse con Dios y cuestionar sus planes. Dios no es un líder principiante que no está seguro de lo que hace. Si él actúa en cierto modo, es porque esa es la manera adecuada y perfecta de proceder. No se intimida por nuestras perretas, ni cambiará de opinión por nuestros caprichos. Por otra parte, Dios dejará que tomemos nuestras decisiones. Él persuade, no obliga.

Lo que sucede a continuación nos sobrecoge. Es la actuación de un padre amante en todo su colorido. Ya Dios había preparado una tormenta, luego un gran pez y ahora Dios prepara una calabacera, un gusano y un viento solano. Todos estos preparativos para aleccionar el corazón de un servidor rebelde. ¡Oh que amor el de nuestro Dios! El Señor quería mostrarle a Jonás quién tenía el problema en realidad.

El profeta pasa de un estado de ánimo a otro con gran facilidad. Llega Jonás enojado al oriente de la ciudad y de repente se alegra por una calabacera que crece sobre la enramada que ha preparado. Al día siguiente, sin embargo, se enoja cuando ve que un gusano se ha comido la calabacera y más tarde, al golpearle el viento solano, Jonás quiere morirse.

Cuando nuestra vida no está en la voluntad de Dios, nuestras emociones son esclavas de las circunstancias. El único sustituto para la inconstancia, es vivir en el plan perfecto de Dios y tener el fruto del Espíritu. Hay creyentes que viven al borde de la neurosis por no rendirse completamente al Señor. Pasan de una emoción a otra controlados por lo sensual, son inconstantes y temperamentales.

Dios dialoga con el profeta sobre la calabacera. El Señor quiere que Jonás se dé cuenta de su superficialidad. El profeta se había convertido en un desalmado, capaz de poner una intrascendente planta por encima de la vida humana. Si Jonás no cambiaba, se perdería para siempre. Este último diálogo del libro es otro intento de Dios por recuperar a su siervo. El último que habla es el Señor, por lo que parece que Jonás no se atrevió a decir nada más. Los argumentos de Dios fueron aplastantes. Dios siempre lleva toda la razón en lo que dice. Parece que Jonás lo estaba entendiendo, o al menos eso quiero pensar.

Dios es un recuperador, pero no nos obliga a cambiar. El cambio tiene que venir de nosotros. Es sabio atender a lo que él dice y obedecer lo que Dios pide. Si esto hacemos, seremos cristianos triunfantes, gozosos y lo que es mejor: amigos de Dios. Hay que desechar toda superficialidad y todo fruto de la carne para poder percibir el corazón de Dios y seguir el designio divino con gran gozo.

Las grandes lecciones contenidas en el libro.

Dios llama a personas imperfectas, pero las reta a mejorar. Eso es un constante recordatorio de su misericordia y de su gracia. La actitud correcta en nosotros es desear ser más a Su imagen cada día.

Dios es paciente con nuestras inconstancias. Él se acuerda que somos solo hombres. No tiene un látigo en sus manos para condenarnos, sino un pizarrón y una tiza para educarnos.

Dios quiere que seamos parte de sus proyectos. Nosotros no podemos hacer nada sin Dios y Dios no quiere hacer nada sin nosotros. Esto es algo maravilloso.

Los planes de Dios son más altos que los nuestros. Así que si no entendemos algo, el problema no está en el carácter de Dios, sino en nuestra óptica limitada de las cosas.

No te molestes por la misericordia de Dios con otros, mañana puedes ser tú quien la necesite y seguro que ya la recibiste antes.

Obedece sin demora a las órdenes de Dios. Nada es más penoso que un mensajero reticente. Demorar la obediencia también es desobediencia.

Vive a la altura de tu identidad en Cristo. Jonás era un profeta, pero se comportaba como un incrédulo. Eso es inconcebible. Tenemos que vivir según nuestra identidad. Somos hijos de Dios, vivamos como tal.

No discutas con Dios, él siempre tiene la razón.

Vive para Dios y para hacer su voluntad. No hay gozo más grande, ni honor más alto.

Conclusiones. 

El mensaje del libro de Jonás es que no seamos como él, ni actuemos con un corazón lleno de malas actitudes. Jonás es un recordatorio de la posibilidad real de perder el rumbo en el ministerio. No hay intocables.

El libro es en toda su extensión un canto a la misericordia de Dios. En cada capítulo es exaltado el Dios que perdona, que es paciente, que ama. Ya sea en relación a una ciudad pagana, o a un hijo rebelde e inestable. Dios no cambia en su carácter, es inmutable en lo que él es.

 

Sobre el autor: 

Osmany Cruz Ferrer es cubano, ministro de las Asambleas de Dios de España. Bachiller en Teología y Biblia por el Seminario de las Asambleas de Dios (EDISUB). Es Licenciado en Teología y Biblia de la Facultad de Estudios Superiores de las Asambleas de Dios (FATES) y Licenciado en Teología y Biblia con ISUM Internacional de Sprinfield, Asambleas de Dios. Actualmente concluye una Maestría con FIET. Ha sido en Cuba Pastor, Director del Instituto Bíblico de Asambleas de Dios, Vicedirector de la Dirección Nacional de Investigaciones Teológicas, presbítero y miembro del Consejo Ejecutivo del Distrito Occidental en La Isla. Desde 2011, Osmany Cruz reside en España junto a su esposa Leydi y sus hijos Emily, Nathaly, Valery y Dylan. En la actualidad desarrolla su ministerio como misionero, pastor, conferenciante itinerante, escritor y profesor titular en la Facultad de Teología de Asambleas de Dios, donde además, es el Secretario Académico y Vicedecano de comunicación.

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