Por: Belén Lechuga Moreno.
¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! (Ro. 10:15)
Los colportores
Jorge Borrow(1803-1881)fue el primero y más conocido de muchos de los llamados colportores, enviados por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, que sembraron España con la Palabra escrita, pero también predicada.
Este primer agente bíblico, también conocido en sus tiempos como «Don Jorgito el inglés», creció entre gitanos, tuvo una serpiente como mascota, y en 1836, en plenas guerras carlistas, llegó a España montado en una mula desde Portugal escapando de las balas de unos soldados. Al año siguiente abrió en Madrid el Despacho de la SBBE. Su libro, La Biblia en España, cuya traducción al español fue realizada ni más ni menos que por Don Manuel Azaña, último presidente de la República española, debería ser una lectura obligada para todos los cristianos interesados en la evangelización de este país.
La Sociedad Bíblica no sería significativa sin la figura de estos hombres dedicados a tiempo completo a llevar el Evangelio de Cristo por pueblos y valles, que si bien se sostenían con parte de lo que vendían, porque de algo tenían que vivir, eran impulsados por el mismo fervor y la misma pasión de aquellos primeros creyentes de la iglesia primitiva. De la misma manera, muchos de ellos fueron apaleados, encarcelados o desprovistos de su valiosa mercancía.
La mayoría de los colportores iban a pie, en carro o montados en una mula, sufrían golpes de calor bajo el sol extremo del verano o enfermaban bajo la lluvia del frío invierno. Unas veces sufrían sed, otras hambre, y dormían donde podían.
Cuando llegaban a un pueblo se dirigían a las plazas, cerca de las fuentes, y allí montaban «el chiringuito». Si nadie se acercaba, ellos tomaban la iniciativa, resueltos y con confianza, porque eran portadores de muy buenas noticias.
Debían ser no solamente conocedores de las Escrituras, sino estudiosos de ellas, como buenos vendedores del artículo que portaban. Debían saber citar pasajes de memoria, en el momento adecuado, como respuesta a todos los argumentos que la gente pudiera plantearles, así como dar una explicación clara del texto, sin alegorías ni interpretaciones propias.
La biblioteca personal de un colportor debía componerse también de otros libros escritos por hombres piadosos que les ayudaran en su estudio diario de la Biblia.
Un colportor dependía ciento por ciento de Dios y, así, debía reforzar su fe cada mañana muy temprano en oración, dando gracias por el privilegio de ser un siervo de Cristo y pidiendo la bendición divina en su trabajo, la distribución de la Biblia, no como un objetivo en sí, sino como un medio para salvar almas.
El mayor peligro de un colportor era ser «dueño de su tiempo», es decir, organizar su propio trabajo sin la supervisión constante de algún jefe o supervisor. La organización previa al día siguiente era muy importante, debía planear la cantidad de ejemplares a vender, incluyendo los que quizá tendría también que regalar. Y sobre todo, como nunca sabía qué podría pasarle, debía aprovechar muy bien el tiempo desde temprano hasta las últimas horas de sol. Quizá al día siguiente ya no tendría mercancía que vender, por poder ser ésta incautada, o faltarle la salud para continuar, por haber sido golpeado o haber caído enfermo por haberse visto obligado a dormir a la intemperie.
Un poco más de historia
Durante la celebración del primer centenario de la llegada de Jorge Borrow a España, a las puertas de la guerra civil española, la Sociedad Bíblica celebró una serie de conferencias sobre su vida. Algunas de ellas las llevó a cabo Zacarías P. Carles por el sur del país, antiguo agente español de la Sociedad Bíblica en Madrid desde 1932 hasta que estalló la guerra. Él mismo recuerda en el prólogo de otro libro, George Borrow, agente bíblico en Epaña, de Walter McCleary, cómo también, debido a este primer centenario, se construyó un coche-librería llamado Librería Jorge Borrow, cuya dedicación en Barcelona fue un hecho muy solemne. Era toda una caravana, con tres camas, cocina, oficina e incluso con micrófono y altavoces.
Zacarías, junto a otros dos colportores más, llevaron a cabo una campaña por toda Castilla la Vieja difundiendo la Palabra de Dios, sin duda una gran experiencia.
Cuando llegó la guerra civil en 1936 se ofreció la caravana Jorge Borrow como ambulancia. Tiempo después, el propio Zacarías fue enviado al campo de batalla, donde se encontraba el vehículo, y pudo predicar entre sus compañeros combatientes. La última vez que la vio fue dirigiéndose hacia un hospital de Madrid, llevando en su interior los cuerpos malheridos de aquellos que habían estado luchando como él por la defensa de la democracia mundial.
Mi conclusión
Hace ya 180 años de la entrada de la Sociedad Bíblica de España. Cuando leí lo que forma parte de nuestra historia evangélica, de lo que este texto es solamente una pincelada, unos cuantos datos nada más, me conmoví en gran manera. Dios me trajo a Castilla también, como a Zacarías, y en la provincia donde vivo ¡hay tantos pueblos no evangelizados! ¡Tanta gente que no bajará nunca a la capital! Después de casi 200 años nadie les ha llevado el Evangelio.
En estos tiempos modernos estamos confiados en que la televisión o internet llevarán las buenas nuevas de salvación a todas partes de España como gran apoyo a aquellos misioneros foráneos o a pastores con gran visión por alcanzar a las almas perdidas. Sin duda, vivimos en el siglo de la gran expansión evangelística, y sí, lo es para las ciudades más grandes tal vez, pero muchos pueblos españoles siguen siendo inalcanzados, porque España se conforma de esos maravillosos y encantadores lugares, a donde la mayoría de las familias regresa para veranear con los abuelos, que todavía no son lo suficientemente viejos como para vivir en las capitales, junto a sus hijos en el mejor de los casos, o en alguna residencia, hasta el final de sus días.
Yo sueño con una caravana cargada de jóvenes preparados que viaje los veranos a cada uno de los pueblos de mi provincia, que son muchos. Sembrar el Evangelio a la vez que sus habitantes recogen el trigo de sus campos. Acercarme a las fuentes, como antaño hicieron aquellos colportores, y seguir difundiendo la Palabra, que aunque parezca mentira, sigue siendo desconocida para muchos.
Enseñemos la historia nacional de nuestra fe a las generaciones presentes y futuras, preparémosles y ganemos España para Cristo.
Sobre la autora:
«Belén Lechuga Moreno es licenciada en Filología Hebrea por la Universidad de Barcelona, ministro auxiliar de las Asambleas de Dios de España y actualmente cursa estudios teológicos en CSTAD Online. Pastorea, junto a su esposo Alex López Serrano,una pequeña iglesia en la ciudad de Palencia. Son padres de tres hijos, Niké, Natán y Alexandre».