En relación al avivamiento (IV)

Por: Ángel Bea.

Sería sobre el año 1969 que nuestra pequeña iglesia recibía la vista de unos misioneros que eran de Gales. El matrimonio Jones trabajaba con la Unión Misionera Neotestamentaria, con sede en Temperly, Buenos Aires, Argentina, donde desempeñaban su ministerio por aquellas tierras. Seguramente rondarían la edad de unos 70 años. Ellos iban de camino para su país y nos decían que pararían unos días en Londres, para asistir a algunas de las predicaciones, a cargo del conocido predicador Martyn Lloyd-Jones, en Westminster Chapel, ante unas dos mil personas. Decían que era una gozada oírle por más de hora y media predicar sobre unos versículos de algún capítulo de la epístola a los Efesios.

Todavía podemos recordar lo que nos compartieron los hermanos Jones. Él decía que podía recordar el avivamiento que tuvo lugar en Gales, en 1904 y sus efectos sobre la sociedad en aquel entonces. De lo que podemos recordar, decía que fue una manifestación tan poderosa de la presencia de Dios que…

“Hasta los caballos relinchaban; los borrachos caían al suelo clamando a Dios por misericordia… Los mineros, acostumbrados a blasfemar y al lenguaje soez, caían como fulminados por un poder invisible, en el lugar de su trabajo y sus lágrimas embarraban su rostro con el polvo del carbón… Muchas personas buscaban desesperadamente el perdón de sus pecados, acuciados por el peso de la culpa, e iban a la casa de los pastores, aun a altas horas de la madrugada buscando ser liberados de la culpa, por el perdón de sus pecados. Los locales de cultos se llenaban de gente a rebosar y tenían que hacer varias y largas reuniones al día; a veces, desde las 10 de la mañana hasta altas horas de la madrugada. Las cantinas donde los mineros y otros trabajadores gastaban el poco dinero que ganaban, alcoholizándose y dejando desasistidas a sus familias, se cerraron, dando paso a otros negocios más saludables… Fue tremenda la transformación de decenas de miles de personas que tuvo lugar en tan poco tiempo”. Se cree que unas 100.000 en tan solo 6 meses fueron convertidas a la fe de Jesucristo, por el poder del Espíritu Santo. Y, añadió: “Todavía podemos recordar el temor reverente que se respiraba en el ambiente… Y hasta ahora se percibe aquella bendita influencia del avivamiento que tuvo lugar en Gales, hace ya unos 60 años”.

No puedo dejar de conmoverme cada vez que recuerdo aquel testimonio de los hermanos Jones. Algo que también hemos constatado por haberlo leído en varias ocasiones, acerca de los avivamientos espirituales que han tenido lugar a lo largo de la historia de la iglesia en otros lugares; y especialmente, en Gales. Conmoverme porque en su soberanía, Dios a veces hace cosas extraordinarias para que los seres humanos tengamos un testimonio de su obra poderosa. Lo hizo en Gales; también lo hizo bajo los avivamientos conocidos como, el primer y segundo “Gran Despertar” en los siglos XVIII y XIX, bajo el liderazgo de algunos hombres como el prominente teólogo americano, Jonathan Edwards y hombres como George Whitefield y Juan Wesley, entre otros. Siempre hemos pensado si sucediera algo así en nuestro país, de tal manera que barriera de norte a sur y de este a oeste y acabara con la soberbia, la idolatría y la corrupción que siempre nos ha caracterizado.

Sin embargo, no deberíamos llamarnos a engaño. Cuando hablamos de “avivamiento espiritual”, este no se relaciona con lo que están “muertos” desde el punto de vista espiritual. Los muertos espirituales no pueden ser “avivados”, sino resucitados. Es lo que dice la Escritura: “Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en delitos y pecados” (Ef. 2:1-2). Y eso solo puede suceder por medio de la predicación poderosa del evangelio de Jesucristo. (1Co. 2:4).

Pero esa “predicación poderosa”, solo puede salir de los labios del pueblo de Dios, que vive avivado por la presencia y el poder del Espíritu Santo. Todo lo que no sea eso es un pobre intento de hacer la obra de Dios con nuestros propios esfuerzos.

Por tanto, el avivamiento espiritual está relacionado con el pueblo de Dios que ha dejado atrás “las sendas antiguas”; la centralidad de la Palabra de Dios se dejó en favor de otras actividades, y la santidad ya no es el sello que identifica a la iglesia. Sigue siendo el pueblo de Dios, pero como diría el Jesús apocalíptico: “Tienes nombre de que vives, pero estás muerto” (Ap. 3:1). Es el pueblo de Dios que vive complaciente, acomodado en sus rutinas religiosas y con la cual está satisfecho; pero que no sufre con su propia condición espiritual paupérrima, de la cual no es apenas consciente; ni tampoco es consciente con el escaso fruto de sus labores espirituales. Más bien nos excusamos diciendo: “La tierra es dura”. Tampoco sufrimos con la condición de muerte espiritual de sus conciudadanos llenos de y envueltos en la oscuridad espiritual de la idolatría, de la inmoralidad y de vidas vividas sin sentido y propósito trascendente: “Dios es amor y ama a todos”, decimos. Como si al declarar esa gran verdad, solucionara la condición espiritual de esos “todos”.

Por tanto, si el avivamiento espiritual ha de venir, se dará en la esfera del pueblo de Dios. Como en los días de Asa, Josías, Ezequías, etcétera, reyes de Judá (2 Cr. 14-15; 29-30; 34-35). Pero una observación de todo avivamiento espiritual dentro de las S. Escrituras como fuera, a lo largo de la historia de la Iglesia, siempre fue acompañado de estas señales: El reconocimiento y la entronización de la Palabra de Dios como punto de referencia y guía del pueblo; el lamento y arrepentimiento por haber dejado a Dios y el mal que hemos hecho; la búsqueda de la santidad abandonada y perdida en el camino y, unas obras acorde con la nueva visión y transformación de las vidas. Estas han sido las señas de identidad de todo avivamiento espiritual. Como también se dio en los días de la Reforma del siglo XVI; aunque no fuera oro todo lo que “relucía”.

Sólo cuando seamos conscientes de nuestra condición espiritual como pueblo de Dios y qué es aquello en lo cual no estamos viviendo como tal en nuestra nación, nuestros clamores estarán a la altura de nuestras propias necesidades espirituales. Quién sabe si el poder de la presencia de Dios pasará arrasando con todo aquello que no le es grato a él y, estableciéndose en nuestro medio, como pueblo de Dios, pueda “pasar” trasformando vidas y produciendo aquellos frutos que jamás fueron vistos en nuestra nación: España, que siempre estuvo cerrada a cal y canto a la influencia de la Palabra de Dios, pero abierta a las tradiciones religiosas, con las cuales dejaron en un muy segundo plano a las Sagradas Escrituras, cuando no las invalidaron (Mr. 7:9-13).

No hay pecado más grande para una nación que el haber tenido el privilegio de conocer la Revelación de Dios y, sin embargo, se la ha relegado a un segundo lugar, cuando no invalidado, dando prioridad a las tradiciones humanas solo por el interés de mantener a la gente bajo el señorío de la institución religiosa. Seguramente, las palabras de Jesús a los líderes religiosos de su tiempo, serían de aplicación en este caso: “¡Ay de vosotros, intérpretes de la Ley, porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis” (Lc. 11:52). El pecado de tal nación es grande; es el pecado de la soberbia ante Dios.

Por tanto, nuestro clamor es por un avivamiento que sacuda al pueblo de Dios hasta los cimientos y en el cual se puedan ver de forma evidente las señales más prominentes de la presencia de Dios: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 P. 4:17). Quién sabe si Dios hará algo especial en este tiempo a través de su pueblo.

Sobre el autor:

Ángel Bea Espinosa nació en Fuensanta de Martos (Jaén) pero se crió en Córdoba. A los 21 años (final de 1966) entregó su vida al Señor Jesucristo, después de experimentar por largo tiempo una gran necesidad espiritual y a pesar de que era bastante religioso.  Después de una experiencia de 15 años de vida de iglesia y ministerio en la misma, fue encomendado al ministerio pastoral en 1982, con el reconocimiento de los pastores de la ciudad de Córdoba (España). Su formación ha sido autodidacta hasta que, en 2004 comenzó estudios a distancia con UNIVERSIDAD ICI Global en España, graduándose en Biblia y Teología en 2010, celebrando la ceremonia de graduación en el CSTAD (Centro Superior de Teología de las Asambleas de Dios de España).
Ángel Bea es pastor presidente de la Iglesia Evangélica Betesda de Córdoba. También es profesor del CSTAD, donde dicta la asignatura de bibliología a los estudiantes de primero. Está casado con Mª. Dolores Jiménez Vargas. Ambos tienen tres hijas y dos hijos.

 

 

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