Por: Ángel Bea.
En un contexto religioso católico-romano como el nuestro, la gran mayoría de la gente no entiende qué quiere decir el término “santo”. No en el sentido etimológico y bíblico. Para la gran mayoría “ser santo” está relacionado con que la Iglesia Católica haya estudiado algún caso de algún hombre o mujer que haya vivido de forma ejemplar y relevante, según las doctrinas católicas y que incluso después de un largo proceso (a veces no tan largo, según convenga a la institución) se haya demostrado, con evidencias “científicas”, que Dios haya hecho algún milagro por medio de la intercesión del tal “santo” o “santa”.
Además, es muy importante el hecho de que el “santo” –o “santa”- haya vivido en régimen de celibato; y si hubiera estado casado/da, debió haber un punto en su vida en el cual dejaron de tener relaciones íntimas “para dedicarse a Dios por completo”. A partir de ahí, ese “santo/a” es “elevado a los altares” y los devotos del mismo podrán hacerle oraciones, rogativas, etc., solicitando su favor intercesor.
Sin embargo, en la Biblia el significado y la aplicación del término “santo” es totalmente diferente. “Santo”, significa “apartado para el servicio de Dios”. Y eso se aplica a cualquier creyente que habiendo profesado fe en la persona y obra del Señor Jesucristo, vive para él el resto de su vida. Es decir somos santos en la medida que entendemos y vivimos de acuerdo a la Palabra de Dios, tal como el Señor nos enseñó. Y uno es santo, tanto si está casado como si no; en cualquier lugar y condición o trabajo, siempre que este sea honesto.. Para ser santos, pues, no es necesario “hacer milagros”, ni tampoco negarse al matrimonio ya que la mayoría de los apóstoles eran casados y el celibato forzoso del clero se instituyó en el siglo XI. De hecho, de los obispos se exigía que fueran “maridos de una sola mujer, que tengan hijos creyentes… y que gobiernen bien su casa; porque el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1ªTi.3.1-7; Tito, 1.5-9)
Luego, el tema de los milagros es muy delicado; pero hay hermanos y hermanas con ministerio de parte del Señor que han sido usados para sanar de forma espectacular a enfermos que estaban desahuciados. Pero no por eso son “más santos” que los demás hermanos; ni tampoco cuando mueren les dirigimos oraciones a ellos. Ya la Biblia nos enseña que “hay un solo Dios y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1ªTi.2.5)
La Biblia enseña que todos los creyentes son “santos”, sin necesidad de “hacer milagros”. Basta leer cada una de las cartas apostólicas para ver que a todos los creyentes se les llama “santos”. No solamente “llamados a ser santos” sino que lo son ya desde el momento que “invocaron el nombre del Señor Jesús” para salvación y fueron oídos. (1ªCo.1.1-2; 2ªCo. 1.1; Ef.1.1; Filp.1.1-2, etc.). De ahí la importancia de velar y ser consecuentes con la profesión de nuestra fe (Ro.6.21-22; Ef.4.1, 17, 24)
Que haya sacerdotes, “santos” y “santas” e innumerables “mediadores” en determinadas instituciones es cosa suya; pero en la iglesia del Señor hay hermanos y hermanas con ministerios, cada uno diferente, para la edificación de la Iglesia de Dios (Ef.4.10-16). Nunca encontraremos en el Nuevo Testamento «sacerdotes», sino en referencia al Antiguo Testamento. Y ninguno es más que el otro, sino diferentes y, por tanto, complementarios. Es por eso que viene muy bien el párrafo siguiente. Más bíblico y de acuerdo a lo que es la enseñanza de nuestro Maestro no puede ser:
«Si no podemos ser santos en nuestro trabajo no vale la pena que hagamos el esfuerzo de ser santos en ningún otro lugar… Tal vez algunos de nosotros anhelemos más tiempo libre a fin de estar libres para hacer trabajos espirituales; y nos digamos que si tuviéramos más tiempo a nuestra disposición, podríamos hacer mayores servicios a Cristo y su causa, que por ahora no está a nuestro alcance hacer. Pero esto es extremadamente dudoso. Si la experiencia nos ha demostrado algo es que no hay nada peor para la mayoría de los seres humanos que el no tener nada que hacer excepto SER RELIGIOSOS… La vida diaria de trabajo… no nos roba la vida cristiana; en realidad la pone a nuestro alcance» (Denney).
Sobre el autor:
Ángel Bea Espinosa nació en Fuensanta de Martos (Jaén) pero se crió en Córdoba. A los 21 años (final de 1966) entregó su vida al Señor Jesucristo, después de experimentar por largo tiempo una gran necesidad espiritual y a pesar de que era bastante religioso. Después de una experiencia de 15 años de vida de iglesia y ministerio en la misma, fue encomendado al ministerio pastoral en 1982, con el reconocimiento de los pastores de la ciudad de Córdoba (España). Su formación ha sido autodidacta hasta que, en 2004 comenzó estudios a distancia con UNIVERSIDAD ICI Global en España, graduándose en Biblia y Teología en 2010, celebrando la ceremonia de graduación en el CSTAD (Centro Superior de Teología de las Asambleas de Dios de España).
Ángel Bea es pastor presidente de la Iglesia Evangélica Betesda de Córdoba. También es profesor del CSTAD, donde dicta la asignatura de bibliología a los estudiantes de primero. Está casado con Mª. Dolores Jiménez Vargas. Ambos tienen tres hijas y dos hijos.