En relación al avivamiento espiritual (II)

avivamientoPor: Ángel Bea.

«Si se humillare mi pueblo sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. Ahora estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la oración en este lugar” (2 Cr. 7:14-15).

Decíamos en la pasada reflexión sobre el avivamiento, que cuando el pueblo de Dios se desvía de sus propósitos se hace difícil volver a ellos. Y, agregábamos, que la razón principal es que, aunque no se está siguiendo la voluntad de Dios, todo se ve como muy normal y el convencimiento de que está “todo bien” impide ver la realidad como Dios la ve.

Hace algún tiempo estábamos en la cola de un comercio de gran superficie, esperando para pagar en caja. Al lado y delante de nosotros había una señora que sin ningún disimulo, ni pudor estaba hurgando su nariz con el dedo, por bastante rato. Parece ser que para ella aquello era de los más normal; pero para los que la rodeábamos, aquello no era normal -¡de ninguna de las maneras!-. En otras ocasiones, estando en el mismo establecimiento, hemos experimentado lo desagradable que resulta que alguna “señora” bien arreglada pasara por nuestro lado y dejara un olor como de no asearse por años… El “perfume” se podía percibir desde tres metros, al menos. Se conoce que para esas personas, “eso” es lo normal; pero para los demás, ¡no!

Estos ejemplos que a nosotros nos incomodan y nos molestan, más bien podrían ilustrar lo que pasa algunas veces con la vida espiritual. Es lo que suele pasar cuando  vivimos la vida cristiana de tal manera que creemos que “así” es como se debe vivir; pero quizás hace tiempo  que nos desviamos del propósito divino. Sin embargo, no nos preguntamos ¿Cómo nos ve el Señor? ¿Cuál es su opinión al respecto de “nuestra vida”? ¿Realmente tenemos una actitud adecuada ante él y sus demandas? ¿Es nuestro comportamiento acorde con lo que debiéramos ser como sus discípulos y seguidores? ¿Está produciendo nuestra vida y la vida de nuestra iglesia ese “buen olor” que agrada al Señor, o es un olor desagradable para él? Hacemos cosas que para nosotros son normales pero, ¿cómo las ve él?

A veces no se trata de cosas evidentes o “escandalosas”, sino de una vida “sin pena ni gloria” como se suele decir; haciendo lo mejor posible las cosas, pero casi con gran esfuerzo y nunca disfrutando de esa plenitud de gozo que debería caracterizar al cristiano lleno del Espíritu Santo. Es como que tenemos esa sensación que “la vida cristiana victoriosa” está mucho más allá de lo que  nosotros hemos experimentado; siempre está por llegar, pero nunca llega. Pero estando en eso,  un esposo le dice a una esposa: Querida, el Señor está tratando conmigo hace tiempo, como sabes, y siento que debo decirte que no estamos haciendo las cosas como el Señor nos demanda. Ella al principio no recibe bien esas palabras del marido; incluso se siente  molesta: ¿Después de todo lo que hemos pasado, las dificultades que hemos vivido hasta ahora, nuestro trabajo en la iglesia…? La verdad, ¡no entiendo cómo dices eso! No obstante, ella termina cayendo en la cuenta de que su  marido tiene razón (podía ser al revés, también) y una vez que lo ve, hacen causa común, para renunciar a su actitud primera, errada, sobre la base de su ignorancia…

Así que,  se dan a  buscar al Señor en oración y sienten tanta necesidad que añaden el ayuno y, así van descubriendo lo que es para ellos estar en el centro de la voluntad de Dios. Es una cuestión de actitud de corazón, de desear “ardientemente” –valga la expresión- ser, estar y hacer la voluntad de Dios. Entonces la visión se “aclara”, la mente se despeja y el corazón se quebranta delante de Dios. Hay lágrimas de arrepentimiento, porque aun cuando no se daban cuenta (no me daba cuenta, yo) mi corazón estaba endurecido, era “un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” y yo no lo sabía. (Ap. 3:17; ¿no estaba hablando ahí el Señor a creyentes?). Ahora ven la vida “en el Señor” desde otra perspectiva; su obra la perciben de otra manera y a los hermanos en la fe, los ven también con “otros ojos”. Los frutos espirituales también aparecen tal y como antes no se habían dado mientras duraba esa condición de “dormición” en la cual se encontraban los creyentes. (Ef. 5:14). Y no importa que no haya ocurrido en las vidas de los protagonistas nada espectacular. Los avivamientos algunas veces han venido de forma espectacular a lo largo de la historia, pero no tiene porqué ser así siempre. Lo importante es  el “kilataje” de la vida cristiana que producen y que se vive (1 Ts. 1:3).

Luego, dependiendo del contexto eclesial, las personas avivadas podrían ser  de inspiración a otros que se contagian del “espíritu” nuevo que perciben en ellos, o podrían ser ninguneados por los que, en muchas iglesias parecen tener el monopolio de toda manifestación espiritual. En este caso, no tardarán en “prevenir de los peligros” reales o imaginarios que acechan a los así encendidos con el nuevo “entusiasmo”. Nuestra convicción es que en ocasiones, muchos comienzos de avivamientos se han abortado, casi desde el principio.

Por tal razón, todos, y especialmente los que estamos al frente como guías de las comunidades cristianas, deberíamos tener una disposición de corazón para esperar y  recibir lo mejor del Señor. La expectación en el Señor respecto de su obra en nosotros y a través de nosotros, nunca debería desaparecer de nuestro corazón (con vergüenza lo decimos, por no haber estado siempre con esa disposición). Por lo que, no sería la primera vez que, no estando en la condición que el Señor esperaba de nosotros, por negligencia o incredulidad, otros con menos tiempo y experiencia en el Señor, lo hayan buscado y encontrado antes que nosotros. Entonces, no deberíamos impedir la obra de Dios, sino pedir perdón a él, reconocer y sumarnos a esa influencia del Espíritu Santo.

Para concluir esta parte, diremos que, cuando comienza el avivamiento espiritual, en esa condición avivada por el poder y el fuego del Espíritu Santo, no hay problema en proceder a “humillarse” ante Dios; “buscar su rostro”=presencia; “orar”; -ahora la oración fluye de otra manera y las reuniones de oración son más concurridas- y,  la “conversión” y todo lo mencionado  en el texto citado arriba de Segundo de Crónicas se produce, a veces en medio de lágrimas, como decíamos más arriba. Lo asombroso, es que si alguien les dice a este matrimonio (¡o a mí!) que ellos se tenían  que “convertir” de algo antes de pasar por esa experiencia, hubiera sido inútil; y una necedad. Eso es la obra de Dios, no del hombre; aunque Dios pueda usarnos a nosotros, pero nunca en una iniciativa personal de imposición hacia otros acerca de lo que nosotros estamos “experimentando”.  Seguimos.

2016-04-09 16.17.35 (1)Sobre el autor:

Ángel Bea Espinosa nació en Fuensanta de Martos (Jaén) pero se crió en Córdoba. A los 21 años (final de 1966) entregó su vida al Señor Jesucristo, después de experimentar por largo tiempo una gran necesidad espiritual y a pesar de que era bastante religioso.  Después de una experiencia de 15 años de vida de iglesia y ministerio en la misma, fue encomendado al ministerio pastoral en 1982, con el reconocimiento de los pastores de la ciudad de Córdoba (España). Su formación ha sido autodidacta hasta que, en 2004 comenzó estudios a distancia con UNIVERSIDAD ICI Global en España, graduándose en Biblia y Teología en 2010, celebrando la ceremonia de graduación en el CSTAD (Centro Superior de Teología de las Asambleas de Dios de España).
Ángel Bea es pastor presidente de la Iglesia Evangélica Betesda de Córdoba. También es profesor del CSTAD, donde dicta la asignatura de bibliología a los estudiantes de primero. Está casado con Mª. Dolores Jiménez Vargas. Ambos tienen tres hijas y dos hijos.

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