En relación al avivamiento espiritual (I)

iglesia-temploPor: Ángel Bea.

«Si se humillare mi pueblo sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. Ahora estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la oración en este lugar” (2 Cr. 7:14-15).

Este es un texto que se usa con mucha frecuencia en las iglesias evangélicas cuando se piensa en la necesidad de un avivamiento espiritual. Cierto. Se lee, se predica sobre él, se explica y se hace un esfuerzo por poner en práctica lo que dice el texto; pero pasado cierto tiempo, luego se olvida.

Como siempre decimos, un texto ha de considerarse en su contexto. Así vemos, que estas palabras forman parte de la respuesta que Dios le dio a Salomón a la larga oración que hizo con motivo de la construcción e inauguración del templo y que recoge todo el capítulo seis.  En dicha oración el rey Salomón pensaba en todas las hipotéticas situaciones de necesidad por las cuales podría encontrarse el pueblo de Israel. Principalmente, aquellas que serían consecuencia de sus pecados, desobediencias y rebeliones. Así se puede ver que el texto mencionado tiene todo sentido.

Pero no podemos obviar que Salomón también recogió en su oración la posibilidad de que “el extranjero que no fuere de tu pueblo de Israel… si viniere y orare en esta casa, tú oirás desde los cielos…” atendiendo su petición. De donde se desprende la universalidad de la misericordia del Dios de Israel para “que todos los pueblos de la tierra conozcan tu nombre” (2 Cr. 6:32-33). Luego, Jesús tendría que recriminar a los líderes religiosos de su tiempo que aquella que sería “llamada casa de oración para todos los pueblos” ellos habían hecho de ella “una casa de mercado” y “cueva de ladrones” (Lc. 19:46; Jn. 2:16). Nada de extraño tendría que, tiempo más tarde se escribiera aquello de que “el nombre de Dios es blasfemado entre las gentes por causa de vosotros” (Ro. 2:24; 52:5).

Así que muchas veces el pueblo de Israel pasó por todo cuanto Salomón mencionó en su larga oración; pero pocas veces se dirigió a Dios buscándole para ser restaurado. Es mucho el precio a pagar por la vuelta a “las sendas antiguas” (Jer. 6:16). Tanto en aquel tiempo, como ahora en el tiempo de la Iglesia. En los desvíos del pueblo de Dios se creaban muchos intereses al margen de la voluntad de Dios, derivados de las muchas injusticias que se perpetraban -¡y no de forma aislada!-; en la esfera de lo religioso, político, judicial y social. (Mi. 3:9-11). Y la tarea de los profetas era precisamente la de denunciar esa “forma de ser” del pueblo y los pecados que lo definían  llamándole al arrepentimiento (Is. 1; 58). Pero la respuesta del pueblo, generalmente era de rechazo frontal.  Sin embargo, cuando le buscaron, siempre le hallaron. Basta leer las historias de los reyes, Asa, Josafat, Josías y Ezequías. Pero si hay algo que la historia de Israel nos enseña es que cuando el pueblo de Dios se desvía, no es fácil volver al principio; y aún cuando se volvían –en el caso del pueblo de Israel- el tiempo de lo que se conoce  como “avivamiento espiritual” solía durar lo que la persona que lo propiciaba, generalmente el rey. Esa realidad nos muestra que la tendencia del ser humano, aun conociendo la voluntad de Dios y las consecuencias por no seguirla, es la de apartarse de él.

¿Por qué? Porque para ser claros, las enseñanzas de Jesús y sus requerimientos exigen una renuncia a cómo nosotros quisiéramos vivir la vida de forma independiente de Su voluntad; también se requiere una entrega de nuestra vida a él y su causa y, una lucha continua y permanente por mantenernos fieles a su llamado. Esto es lo mismo que nuestro Señor enseñó y mostró en sus constantes llamados al discipulado:

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mt. 16:24-26).

Ni más, ni menos. El problema principal, es cuando adaptamos la vida cristiana a nuestra conveniencia y hacemos de ella una religión a base de reuniones, programas, cultos, comités, etcétera. haciendo  de todo ello un fin en sí mismo, pero dejando afuera la vida del discipulado que nos enseñó Jesús. Entonces se puede ver “eso” con toda normalidad como “la vida cristiana”, cuando no lo es. Pero no siempre es fácil percatarse de ello.

Pero no sabemos qué es peor, si lo expuesto anteriormente, dado que se puede disimular mejor la falta de vida espiritual, por el aparente “barniz” de religiosidad que envuelve nuestra vida, o la mundanalidad que ha entrado en el pueblo de Dios (hablamos en términos generales) donde da igual cómo se viva. Pareciera que lo más importante  de todo es “mi libertad en Cristo” y no tanto vivir en santidad a la cual hemos sido llamados. Y cuando un creyente o una iglesia establecen otros “modelos” de vida cristiana (en realidad solo hay un modelo) no es fácil darse cuenta de la gran necesidad de humillarse ante el Señor, orar a él,  buscar su rostro y convertirse de “sus malos caminos” (2 Cr. 7:14).

Es por esa razón que,  si hay algo que llama la atención en esta época de pos-modernismo, es la actitud de una gran mayoría de creyentes que están a la defensiva contra todo lo que huela a denuncia del pecado y llamar a la santidad al pueblo de Dios: “¿Cómo?” “¿De qué?” “¿Por qué?” “¿Para qué?” “¿Pero, quién eres tú…?. Eso es lo que se llama “el espíritu de la época” que, muchas veces en el pueblo de Dios se llega a confundir –erróneamente- con el mismo Espíritu de Cristo; pero que no lo es, en absoluto. En esa situación, el avivamiento espiritual tiene un gran impedimento para que pueda producirse en el pueblo de Dios y aun en la vida de cualquier creyente.

2016-04-09 16.17.35 (1)Sobre el autor:

Ángel Bea Espinosa nació en Fuensanta de Martos (Jaén) pero se crió en Córdoba. A los 21 años (final de 1966) entregó su vida al Señor Jesucristo, después de experimentar por largo tiempo una gran necesidad espiritual y a pesar de que era bastante religioso.  Después de una experiencia de 15 años de vida de iglesia y ministerio en la misma, fue encomendado al ministerio pastoral en 1982, con el reconocimiento de los pastores de la ciudad de Córdoba (España). Su formación ha sido autodidacta hasta que, en 2004 comenzó estudios a distancia con UNIVERSIDAD ICI Global en España, graduándose en Biblia y Teología en 2010, celebrando la ceremonia de graduación en el CSTAD (Centro Superior de Teología de las Asambleas de Dios de España).
Ángel Bea es pastor presidente de la Iglesia Evangélica Betesda de Córdoba. También es profesor del CSTAD, donde dicta la asignatura de bibliología a los estudiantes de primero. Está casado con Mª. Dolores Jiménez Vargas. Ambos tienen tres hijas y dos hijos.

 

 

 

 

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