Por: Osmany Cruz Ferrer
“Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Ti. 1:9).
“Todavía está por verse lo que Dios puede hacer con, por y a través de una persona enteramente consagrada a él” (Dwight L. Moody).
Hay temas pertinentes de los cuales la iglesia no puede dejar de hablar. El llamado y la misión son dos de los más importantes. Un creyente que sólo busca reconocimientos y descuida su responsabilidad como hijo de Dios, no ha comprendido su razón de ser sobre esta tierra. La doctrina sin el servicio, es conocimiento vacío (1 Co. 8:1). Debemos aprender a vivir en Cristo, debemos conocer las doctrinas fundamentales de la Biblia, pero también debemos conocer nuestro llamado y propósito de parte de Dios. Una iglesia conocedora del valor y la pertinencia de su llamamiento y misión, es una iglesia arrolladora, impactante, que cumple su cometido eternal. Cada creyente debe encontrar su lugar en la gran obra del Señor, realizar su tarea con diligencia absoluta y disfrutar la experiencia de un sacerdocio santo, a la luz del Nuevo Pacto.
I. EL LLAMADO DE DIOS.
Dios nos llama a todos a ser salvos, a vivir vidas santas, a ser útiles a los demás y a ocuparnos en otras muchas áreas que son comunes para todos los creyentes. Sin embargo, existe un llamado específico para cada cristiano, que tiene que ver muy particularmente con los planes de Dios para esa persona. Descubrir ese llamado personal y vivir para cumplirlo, es una de las más agradables tareas que le ha sido dada a un hombre o una mujer. Veamos algunas de las características del llamado de Dios para poder discernirlo en nuestras vidas.
1. EL LLAMADO DE DIOS ES CLARO.
El apóstol Pablo asegura que el Espíritu habla “claramente” (1 Ti. 4:1). “Dios no es Dios de confusión” (1 Co. 14:33). Cuando el Señor se dirige a alguien para indicarle su plan, lo hace de tal manera que a la persona no le queden dudas de lo que Dios le está pidiendo que haga. Puede que el individuo en concreto le cueste asimilar lo que está ocurriendo, pero Dios garantiza que no quede ambigua su elección y propósito. Los ejemplos bíblicos así lo confirman. Abraham no tuvo dudas de que Dios le estaba indicando Su voluntad y llamado: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba” (He. 11:8). Moisés tuvo todas las evidencias de que quien lo llamaba era Dios (Ex. 4:28-31). Los discípulos fueron llamados claramente por Jesús, de forma que ninguno dudara de la tarea a la cual era llamado (Mt. 10:1,5-10). Dios, sin dudas, llama de tal manera que es imposible no entenderlo.
2. EL LLAMADO DE DIOS ES UN ACTO SOBERANO DE SU GRACIA.
Dios llama a un creyente por su gracia soberana. Nadie reúne las condiciones para ser llamado por méritos propios. Ni siquiera a Pablo, que ha sido el genio teológico más grande de todos los tiempos, se atrevió a presumir de sus capacidades y servicio. Él expresó con sincera modestia: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Co. 15:10). Esa comprensión de la gracia de Dios, eligiendo a un creyente para una tarea determinada, es el pasaporte para entrar en un servicio abnegado, con plena certidumbre de que nuestra debilidad innata no va a impedir que hagamos nuestra parte con éxito.
3. EL LLAMADO DE DIOS PUEDE SER RESISTIDO.
Dios puede fijar sus ojos en una persona, llamarla por su nombre para un servicio determinado y, sin embargo, ese individuo puede resistir su designio. Jonás resistió el llamado de Dios en un primer intento: “Vino palabra de Jehová a Jonás hijo de Amitai, diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí. Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová” (Jon. 1:1-3). También la fraternidad con las cosas de esta vida, puede llegar a estorbar la aceptación de un llamado de Dios: “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mt. 13:22). La apostasía es evidencia de que el llamado de Dios puede ser desechado: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Ti. 4:1).
4. EL LLAMADO DE DIOS ES PERMANENTE.
El llamamiento de Dios es firme; Él no cambia de idea: “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Ro. 11:29). Además, el llamamiento de Dios es confiable; él estará con el que es llamado (Mt. 28:20). Juan Wesley, quien ha sido uno de los más grandes paladines del evangelio, pudo decir en su lecho de muerte: “Lo mejor de todo es que Dios ha estado con nosotros”. El recuerdo de la compañía de Dios durante tantas batallas, era lo más sobresaliente que venía a la mente de este veterano de mil batallas. A Dios gracias que su llamamiento es firme, perdura aunque cambien los modos y los sistemas: “La fidelidad de Jehová es para siempre. Aleluya” (Sal. 117:2b).
5. EL LLAMADO DE DIOS ES OPORTUNO.
El sabio Dios llama a una persona siempre en el tiempo correcto (Gá. 4:4). El llamamiento de Moisés, por ejemplo, tardó 80 años, sin embargo, el llamamiento de Sansón o de Juan el Bautista fue desde antes que nacieran. No hay esquemas, no hay fórmulas con Dios, sólo principios eternos. Él es el que llama, y lo hace en su justo momento, a partir de su omnisciencia y sabiduría.
Dios no sólo llama en el tiempo oportuno, también llama a la persona correcta según sus designios (Gá. 2:8). En esto Dios suele sorprender tanto a la persona que llama, como a los que observan desde afuera, pues por alguna extraña razón el Señor usa gente que en apariencia no son las adecuadas. Dios rechaza nuestras excusas y nos da una perspectiva diferente. Pablo así lo confirma: “Sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Co. 1:27-31).
6. EL LLAMADO DE DIOS ES CONFIRMADO.
Dios confirma su llamamiento a cada persona de diferentes maneras. Lo hace enteramente por nosotros, para ayudarnos a persistir, a pelear con nuestras dudas y para asistirnos a la hora de enfrentar los desafíos de la misión encomendada. Esta confirmación viene primeramente, mediante el testimonio interno del Espíritu (Jn. 16:13; Ro. 8:16). Es el Espíritu Santo en nosotros, quien nos da la seguridad interna de que hemos sido especialmente llamados, para desarrollar determinada tarea. En segundo lugar, Dios confirma su llamamiento mediante obras que respaldan sus palabras. Estas obras consisten en intervenciones sobrenaturales de Dios, en distintas maneras (He. 2:4). Y en tercer lugar, Dios confirma su llamamiento mediante el reconocimiento de la iglesia (1 Ti. 4:14). Estos elementos de confirmación siempre están presentes cuando el llamado es genuino de parte del Señor.
7. EL LLAMADO DE DIOS ES SOBRENATURAL.
El llamado de Dios siempre tiene un antecedente divino. No depende de la persona, sino de Dios (Sal. 60:12). No está relacionado con capacidades humanas, sino con capacidades divinas (2 Co. 12:9). No está relacionado con recursos humanos, sino con dones celestiales (Zac. 4:6). Puede que un creyente reciba su llamado desde una trepidante voz audible, o mediante un profundo sentir interior, pero cualquiera que sea la forma, siempre la huella de Dios debe ser notoria.
Se ha vuelto común que alguien que ha sido llamado por Dios, suponga que debe dejar de inmediato su empleo, o los estudios como si fuera la subyacente exigencia de Dios, pero no necesariamente es así. El llamamiento a un área de servicio, generalmente se puede hacer desde un estilo de vida cotidiano, a menos que Dios mismo indique lo contrario, debido a un plan muy particular. Lo glorioso de Dios es que su llamamiento sobrenatural brilla más porque se produce en vidas normales, que aceptan el reto de vivir por encima de lo natural.
II. LA MISIÓN COMO CONSUMACIÓN DEL LLAMADO.
Es el llamado lo que nos inicia en un proyecto de vida específico de parte de Dios, pero es la misión lo que lleva a cabo el cumplimiento de ese llamado. Por tanto, el llamado de Dios es apenas el comienzo de una extraordinaria aventura de servicio; la misión es la realización y consumación de aquello a que hemos sido llamados. Se espera de nosotros que vinculemos el llamado con la misión. Lamentablemente muchos han sido llamados por Dios, pero la tarea espiritual que realizan no es exactamente la que Dios les dijo que hicieran. Es cierto que en la mayoría de las ocasiones hay un proceso entre el llamado de Dios y el inicio posible de la misión. Durante ese proceso Dios nos madura y nos enseña lecciones y verdades que necesitaremos para afrontar con victoria la misión. Sin embargo, algunos creyentes se sienten tan a gusto en el proceso, o son tan temerosos, que no entran en la misión ex profesamente. Dios al que llama, capacita, no hay que temer a nada: “el que comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6b). Si hemos sido llamados, involucrémonos en el plan de Dios mediante la misión, teniendo cinco actitudes fundamentales.
1. OBEDECER.
La mejor manera de cumplir el llamado de Dios es obedeciéndolo al pie de la letra. Cuando nos adentramos en la misión, la obediencia es consumada (Stg. 1:23-25). Esta obediencia no es para una etapa de nuestra existencia, sino para el resto de nuestras vidas terrenales. De hecho, no hay obediencia completa hasta que no terminemos la misión y la misión de Dios, es una obra de toda la vida. Debemos perseverar en el llamado, a través de la misión, hasta recibir la recompensa: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones” (Ap. 2:26).
2. ESFORZARSE.
La ley del menor esfuerzo consiste en hacer cualquier tarea, con el mínimo de energías posible. Es la ley de los perezosos, de los que no comprenden la grandeza del privilegio de ser llamados por Dios. El esfuerzo en la misión está determinado por la pasión del creyente, no por las circunstancias. Pablo predicó en toda Asia persuadiendo a cientos de personas a creer en el evangelio y no se había inventado ni siquiera la imprenta. Solo la pasión por el llamado y la obediencia esforzada en la misión, puede lograr semejante hazaña: “Así continuó por espacio de dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús” (Hch. 19:10).
El esfuerzo en la misión también está determinado por la comprensión de la tarea. Cuando se conoce lo que implica ser cristiano y hacer la obra de Dios, generalmente se hace más. Somos la sal de la tierra y la luz de este mundo. Comprendamos la gran tarea por hacer. Vale con recordar la exhortación paulina: “Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios” (1 Ts. 5:6).
El esfuerzo en la misión está igualmente determinado por el grado de compromiso que el creyente tenga con Jesucristo. Cuanta más comunión haya, mayor será la intensidad del servicio. El sencillo secreto de un ministerio vivo, agudo, se halla simplemente en la relación de amor de ese creyente con Dios. “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos” (Fil. 3:8-11).
3. REGOCIJARSE.
La misión de Dios debe realizarse con alegría: “Servid a Jehová con alegría; venid ante su presencia con regocijo” (Sal. 100:2). No una alegría efímera, limitada a las escasas horas de ministración ante otros, sino un gozo permanente que prevalezca en todas las áreas de la vida. La Biblia es prolija en textos que exhortan a un regocijo permanente, entre los que han sido llamados a servir al Señor (Sal. 40:6; 70:4; 107:42). La alegría es como las vigas que dan soporte a la misión (Neh. 8:10). La carga del servicio es imposible de sobrellevar sin el gozo del Señor. Tenemos muchos cristianos cansados, muchos ministros enlutados, por no saber manejar los sinsabores del ministerio. Hermanos valiosos que han llegado, incluso, a aborrecer su llamado y misión. A cualquiera le puede pasar. Peleamos con demonios y poderes invisibles que ni siquiera imaginamos. Lidiamos de día en día con un cuerpo débil, lleno de apetitos perniciosos. Además, vivimos por la fe en un Dios que no vemos. Todo esto puede pasarnos factura si no apreciamos la alegría que supone ser hijos de Dios, servirle por amor y esperar de nuestro Señor el galardón eterno que él, de antemano, nos tiene preparado.
4. ESTIMULAR Y APOYAR A OTROS.
No somos llaneros solitarios, aunque debemos reconocer que, algunos de los nuestros, se creen Cowboys del viejo oeste. Van en su lozana cabalgadura disparando sus destellantes revólveres contra los demonios hasta que ellos mismos son heridos. Entonces, como ellos viajan solos en una búsqueda insensata de gloria personal, tampoco tienen a nadie que los socorra cuando las cosas no marchan según lo planeado. Nuestra misión es gregaria, inclusiva, es una obra de equipo donde todos somos parte de un todo. Los Cowboys cristianos cabalgan y mueren solos, pero los cristianos cuya camaradería está por encima de cualquier individualismo chovinista, son bendecidos por el compañerismo de sus hermanos. Somos llamados a estimular a nuestros consiervos en la misión (1 Ts. 5:11). A apoyar espiritual, emocional y económicamente a nuestros colegas (1 Co. 9:7). Y a asociarnos con los que han decidido vivir como nosotros (Ro. 12:16). La misión general de la iglesia se cumplirá a partir del esfuerzo gregario de los creyentes, de permanecer en unidad y como consecuencia, de cumplir su misión individual a la luz de la expectativa de Dios a través de Su Palabra.
5. COMPRENDER LA DIVERSIDAD DE DIOS.
Todos los creyentes somos llamados a realizar, al menos, una tarea determinada: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 P. 4:10). La iglesia es un cuerpo con múltiples funciones, donde cada función tiene un valor intrínseco único. La misión de mi hermano no es más grande ni más pequeña que la mía, cada función es vital para la salud general del cuerpo. Pablo escribiría: “Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios” (1 Co. 12:14-22).
III. LA RENOVACIÓN, ENTE VITALIZADOR DEL LLAMADO Y LA MISIÓN.
Tanto el llamado como la misión son firmes, inamovibles en cuanto al designio de Dios. No obstante, todos los años perdemos auténticos ministerios en el campo de batalla de la vida. Hermanos que se cansaron, se detuvieron y desertaron de las filas de servicio, e incluso de la cristiandad misma. Dejaron de renovar su alma en la presencia de Dios. Se olvidaron de entrar al regazo del Altísimo en los calamitosos momentos de su bregar espiritual. Las estadísticas no mienten, las pérdidas son cuantiosas y el daño a veces irreparable. Cada obrero cristiano necesita el reposo que da Dios, la renovación de su savia para seguir dando de beber de ella a otros. De no ser así, se secará indefectiblemente y dejará de ser útil. La renovación es imprescindible en la estrategia de Dios, para mantener con energía nuestra alma y con vitalidad nuestro espíritu. Veamos algunos de los beneficios de la renovación interior con relación al llamado y a la misión.
1. LA RENOVACIÓN VITALIZA EL LLAMADO Y LA MISIÓN.
El desgaste del servicio requiere una renovación sistemática: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:1,2). La renovación es imprescindible si se quiere conocer y permanecer en la voluntad de Dios. A la par, el llamado y la misión estarán avivados proporcionalmente a nuestra búsqueda espiritual y al resultado de la renovación que esta búsqueda proporciona.
2. LA RENOVACIÓN ACTUALIZA LA PERSPECTIVA DEL LLAMADO Y LA MISIÓN.
La renovación mediante la comunión, proporciona perspectiva para el llamado y la misión, sobre todo cuando nuestros sentidos nos están jugando una mala pasada. Podemos sentir que Dios no está con nosotros, o ver situaciones alrededor de nuestra vida que nos llenan de confusión, sin embargo, al entrar a la comunión y renovación, todo recupera el sentido verdadero. Hombres de la estatura espiritual de Asaf, casi perdieron del todo la perspectiva correcta debido a un impasse en su renovación espiritual: “En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos […] Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos” (Sal. 73:2, 3, 16,17). No hay intocables, no hay inmunidad total, a menos que sistemáticamente seamos renovados. Entonces ministraremos con eficacia en la misión.
3. LA RENOVACIÓN HACE LLEVADERO EL LLAMADO Y LA MISIÓN.
La misión puede ser una carga muy pesada sin una sistemática renovación. Moisés, quien fuera un hombre acostumbrado a las intrigas palaciegas de la corte Egipcia, y conocedor de la manera de lidiar con sediciones, por su experiencia como nieto adoptivo de faraón, tuvo que pedir a Dios la intervención de su presencia para todo el trayecto que infería su misión: “Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí” (Ex. 33:15). Moisés supo en poco tiempo desde que fue llamado, que es mejor estar en el desierto con la presencia de Dios, que en tierra productiva sin su compañía. La renovación hace posible la continuidad del llamado y la visión. Cuando dejas de renovarte, dejas de cumplir con acierto tu cometido espiritual. Es un principio espiritual tan cierto como la Ley de Gravedad. Si llegara la esterilidad ministerial, la desazón por el desgaste del servicio, clamemos como el profeta: “Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos; renueva nuestros días como al principio” (Lm. 5:21). Dios, sin reparos, lo hará.
4. LA RENOVACIÓN ES LA FUERZA CENTRÍFUGA DEL LLAMADO Y LA MISIÓN.
El apocamiento vendrá, como también vendrá el temor a lo desconocido, el obstáculo oneroso, el desafío inesperado “Y para [todas] estas cosas, quién será suficiente” (2 Co. 2:16). En medio de estas colosales realidades, la renovación es el hito del camino donde descansar para seguir adelante. Es nuestro Peniel espiritual, el lugar donde vemos a Dios “cara a cara” (Gn. 32:31). Esta inenarrable experiencia, es la fuerza que impele nuestras vidas a continuar con lo que se nos ha dicho que hagamos. Todo ímpetu genuino, todo denuedo arrasador y toda la intrepidez de un creyente, provienen siempre de un encuentro con Dios. Si no fuera el caso, entonces lo que ven nuestros ojos es bizarría barata, presunción, y un alarde nacido de una pobre autoestima. Renovación, renovación, renovación, este es el estribillo de los amigos de Dios.
La renovación llena el alma y el espíritu para darle a otros de lo que Dios nos da. El apóstol Pedro lo sabía, por ello fue uno de los hombres más usados por Dios de todos los tiempos. Él no tomó el crédito de los milagros y las maravillas. Supo enaltecer al dador de la dádiva y reconocer su autoridad sobre todas las cosas: “Pedro le dijo: «No tengo oro ni plata, pero te voy a dar lo que sí tengo: En el nombre de Jesucristo de Nazaret, te ordeno que te levantes y camines»” (Hch. 3:6 BLS). Pedro tenía lo que había buscado con antelación, el poder de Dios para lo sobrenatural. Jesús les había prometido a todos sus discípulos: “buscad, y hallaréis” (Lc. 11:9). El llamado y la misión sólo pueden ser realizados, si propiciamos frecuentemente tiempos personales de renovación.
CONCLUSIONES
Corren tiempos finales para la iglesia. La inminente venida de Cristo está a las puertas, por lo que debemos apresurarnos con la cosecha. Los campos están listos y Dios sigue llamando a los que quieren trabajar por y para él. Aceptemos el llamado, involucrémonos en la misión. Sirvamos a Dios con un espíritu renovado.
Dios está llamando al pueblo santo a un servicio de proporciones sobrenaturales, pero éste debe responder con valentía a la voz del Señor. No hay atajos, ni caminos fáciles, la misión es difícil y los desafíos que aguardan en el camino son formidables, mas nuestro Dios estará con nosotros. No habrá dificultad que nos pueda vencer, si asidos de la gracia de Dios marchamos.
Sobre el autor:
Osmany Cruz Ferrer es cubano, ministro de las Asambleas de Dios de España. Bachiller en Teología y Biblia en el seminario de las Asambleas de Dios (EDISUB). Es Licenciado en Teología y Biblia de la Facultad de Estudios Superiores de las Asambleas de Dios (FATES) y Licenciado en Teología y Biblia con ISUM Internacional de Sprinfield, Asambleas de Dios. Actualmente concluye una Maestría con FIET. Ha sido en Cuba Pastor, Director del Instituto Bíblico de Asambleas de Dios, Vicedirector de la Dirección Nacional de Investigaciones Teológicas, presbítero y miembro del Consejo Ejecutivo del Distrito Occidental en La Isla. Desde 2011, Osmany Cruz reside en España junto a su esposa Leydi y sus hijos Emily, Nathaly, Valery y Dylan. En la actualidad desarrolla su ministerio como misionero, pastor, conferenciante itinerante, escritor y profesor en la Facultad de Teología de Asambleas de Dios donde además, es el Secretario Académico y Vicedecano de comunicaciones.