¿QUÉ HACEMOS CON ESTOS NIÑOS?

Una reflexión sobre la pastoral infantil, sus desafíos y felicidades

 Por: Osmany Cruz Ferrer

Según una publicación del «US Center for World Missions», a nivel mundial, 85% de todas las personas que deciden recibir a Jesucristo, tienen entre 4 y 14 años. ¿No es asombroso? Como dice el refrán eclesiástico popular: “quien gana a un adulto para Cristo ha ganado un alma, pero quien gana a un niño, ha ganado un alma y una vida”. Los niños, sin dudas, son muy importantes.

Tanto en el Antiguo Testamento, como en el Nuevo, Dios insiste en atender cuidadosamente a los niños, educarles y creer en su propósito. Debía de educárseles en el temor de Dios en forma continua, ya fuera en la casa, por el camino, al acostarse y al levantarse, lo que garantizaba la fijación de esas verdades espirituales tan necesarias para sus vidas (Dt. 6:6,9; Pr. 22:6). Esa formación espiritual, a su vez, ellos la pasarían a la siguiente generación y aquella otra a la siguiente, de manera que se garantizara la continuidad generacional de la obediencia a Dios. Como escribió el salmista en el Salmo 78:5-8:

“El estableció testimonio en Jacob, y puso ley en Israel, La cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos; para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos, y no sean como sus padres, generación contumaz y rebelde; generación que no dispuso su corazón, ni fue fiel para con Dios su espíritu.”

Joel profetiza que los niños tendrían un papel relevante en la manifestación futura del Espíritu Santo (Jl. 2:28), lo que se cumplió en el derramamiento del Espíritu en Pentecostés: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Dios siempre ha tenido en su punto amoroso de mira a los niños.

Jesús se rodeó de ellos, los defendió a ultranza de sus torpes discípulos que no dejaban a los niños llegar donde el Maestro (Mt. 19:14). Dijo que, de ellos es el reino de los cielos (Mr. 10:14). Insistió en que no menospreciaran a aquellos pequeños porque tienen ángeles asignados que ven el rostro de Dios siempre (Mt. 18:10); y ponderó aún más la trascendencia de los niños, cuando dijo que recibir a un niño equivale a recibirlo a él mismo (Mt. 18:5,6). Cuando Jesús purifica el Templo, los principales sacerdotes y escribas se indignaron por un grupo de niños que aclamaban a Jesús diciendo “¡Hosanna al Hijo de David!”. Ellos querían que Jesús los silenciara, pero el Señor citó el Salmo 8:2, lo que enmudeció a aquellos religiosos. “De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo”.

En toda la Biblia los niños desarrollan un papel fabuloso en el servicio a Dios y al recorrer sus páginas encuentro verdaderas proezas de fe y actuación protagonizada por niños. Dios se fía de ellos y la huella de una infancia poderosa en Dios nos alcanza a nosotros para invitarnos a prestar la debida atención a los pequeños de la iglesia.

La historia de la nación de Israel no hubiera terminado de la misma manera si Moisés no hubiera sido instruido por su madre: “Y la hija de Faraón respondió: Ve. Entonces fue la doncella, y llamó a la madre del niño, a la cual dijo la hija de Faraón: Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré. Y la mujer tomó al niño y lo crió” (Ex. 2:8, 9). La madre de Moisés, después de todo lo que pasó, pudo disfrutar del sueño más grande que una madre puede tener: criar a su hijo y que le paguen por ello. Es imposible concebir el celo de Moisés y su defensa de los judíos sin aquella relación con su nodriza, quien era en verdad su madre.

La historia de Naamán, el oficial sirio leproso, no hubiera sido la misma sin la niña que habló en su casa del profeta de Dios: “Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha [la traducción más correcta sería `niña´], la cual servía a la mujer de Naamán. Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra” (2 Re. 5:2, 3). Se predica bastante de Eliseo, pero si aquella niña no hubiera hablado con la esposa del general sirio, jamás éste hubiera ido a ver a Eliseo. Los niños pueden ser formidables evangelistas.

El reino de Judá no hubiera tenido una reforma espiritual si Josías no hubiera tomado el reinado con 8 años. Este fue uno de los avivamientos más poderosos que tuvo el reino del sur:

De ocho años era Josías cuando comenzó a reinar, y treinta y un años reinó en Jerusalén. Este hizo lo recto ante los ojos de Jehová, y anduvo en los caminos de David su padre, sin apartarse a la derecha ni a la izquierda. A los ocho años de su reinado, siendo aún muchacho, comenzó a buscar al Dios de David su padre; y a los doce años comenzó a limpiar a Judá y a Jerusalén de los lugares altos, imágenes de Asera, esculturas, e imágenes fundidas. Y derribaron delante de él los altares de los baales, e hizo pedazos las imágenes del sol, que estaban puestas encima; despedazó también las imágenes de Asera, las esculturas y estatuas fundidas, y las desmenuzó, y esparció el polvo sobre los sepulcros de los que les habían ofrecido sacrificios (2 Cr.34:1-4).

Si Jeremías no hubiera respondido al llamado de Dios siendo un niño la nación se hubiera quedado sin testimonio de Dios en tiempos tan difíciles como lo fueron los previos al cautiverio babilónico: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones. Y yo dije: ¡Ah! ¡ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño. Y me dijo Jehová: No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande” (Jr. 1:5-7).

Si el niño Daniel no se hubiera propuesto junto a sus otros tres compañeros no contaminarse con la comida del rey, la revelación escatológica que aparece en las páginas que él escribió no nos hubiesen llegado a través de él: “Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse. Y puso Dios a Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos” (Dn. 1:8,9).

Timoteo nunca hubiera llegado a ser el presbítero de Éfeso sin la instrucción de su abuela Loida y su madre Eunice (2 Ti. 1:4-5; 3:14,15). “Deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo; trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también” (…) “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.”

El milagro de la multiplicación de los panes y los peces tuvo su origen en la fe de un niño: “Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos? Entonces Jesús dijo: Haced recostar la gente. Y había mucha hierba en aquel lugar; y se recostaron como en número de cinco mil varones” (Juan 6:8-10).

Las hijas de Felipe eran instrumentos de Dios conocidas por toda la iglesia primigenia por su ministerio profético. Lucas da testimonio de esto en Hechos 21:8-9: “Al otro día, saliendo Pablo y los que con él estábamos, fuimos a Cesarea; y entrando en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete, posamos con él. Este tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban.”

La historia contemporánea está igualmente repleta de personas que fueron influenciados maravillosamente desde su infancia y se convirtieron en instrumentos eficaces en las manos del Señor. Juan Wesley llegó a ser el líder espiritual que fue, gracias a la positiva influencia de su padre que era pastor y su madre Susana quien oraba una hora diaria inavariablemente y les enseñaba las Escrituras. David Livinstong conquistó la inhóspita geografía del África gracias a la influencia de sus padres. A los 9 años se sabía el Salmo 119 de memoria. Charles Spurgeon se convirtió en el príncipe de los predicadores por la influencia positiva que ejercieron su abuelo y su padre sobre él. A los 19 años era pastor del tabernáculo Metropolitano. Frankling Graham ha heredado el manto evangelístico de su padre gracias al ejemplo de integridad que vio siempre en él. Podría seguir mencionando personas, pero el punto está claro: Los niños son importantes, ellos son pueblo de Dios, tenemos que cuidar de ellos y creer en su propósito espiritual.

No queda duda de que los niños son importantes y la Biblia deja un amplio testimonio de esto. Ahora bien, ¿estamos dándole esa importancia? Los que somos padres debemos tener muy en alto el cuidado de nuestros hijos, amarlos, instruirlos, protegerlos y sobre todo modelar la fe y la virtud para ellos. Somos la primera Biblia que ellos van a leer. Tenemos que hacerlo bien. De esto se ha escrito y predicado mucho. ¿Pero… que hay de la atención y la formación de los niños en nuestras congregaciones? Tendríamos que hacernos algunas preguntas si queremos hacerlo mejor que hasta ahora:

  • ¿Usamos como maestros de niños a personas que realmente tienen los dones y la carga para hacerlo, o nos vale cualquier hermano disponible?
  • ¿Tenemos un programa didáctico, pedagógico y secuencial progresivo para enseñar a los niños, o seguimos eternizando, domingo a domingo, la enseñanza del Arca de Noé y David contra Goliat?
  • ¿Tenemos algún programa práctico para cualificar a nuestros maestros de Escuela Dominical, o les dejamos a su libre preparación autodidacta?
  • ¿Tenemos un presupuesto consistente destinado al ministerio infantil local?
  • ¿Tenemos un programa infantil eclesial más allá de la clase del domingo?
  • ¿Los niños tienen alguna implicación en la liturgia congregacional?
  • ¿Tenemos espacios físicos preparados convenientemente para facilitar el bienestar y el aprendizaje de los niños?
  • ¿Especializamos a los maestros según su eficacia, edad y necesidades de los niños, o hacemos una rotación interminable donde el niño se confunde porque ya no sabe quién es su maestro o maestra?
  • ¿Hay reuniones sistemáticas de los que componen el ministerio infantil local para reflexionar, evaluar críticamente y mejorar las ideas de trabajo?
  • ¿Usamos el tiempo de enseñanza para darle una formación bíblica práctica conveniente a los niños, o con frecuencia les entretenemos con películas o programas sin trascendencia espiritual, por el mero hecho de tenerlos ocupados?
  • ¿Oramos por los niños, les ministramos, les invitamos a conocer mejor a Jesús, les enseñamos canciones, versículos bíblicos y todo aquello que le ayude en su crecimiento como hijos e hijas de Dios?
  • Tenemos propuestas para los maestros de literatura especializada, o de audiovisuales sobre temas concernientes a la enseñanza, la niñez, y el ministerio infantil en general que los mantenga inspirados y enfocados?

Estas preguntas serían un buen punto de partida para ser autocríticos. No podemos ser más eficaces si no autoevaluamos nuestro servicio delante del Señor y delante de un equipo de consejeros y consiervos. Hay mucho en juego para ser soberbios o indolentes en esta área del ministerio de la iglesia.

 ¿Qué vamos a hacer con los niños en nuestras congregaciones? ¿Entretenerlos o ministrarles; servirles con excelencia o indolentemente? Tendremos que darle cuenta al Señor si lo hacemos mal y no habrá justificación alguna delante de él.

Una generación debidamente discipulada será una generación fuerte. Tenemos una responsabilidad coyuntural inaplazable, la de formar a Cristo en nuestros niños, para que ellos de mayores tengan ese bagaje espiritual y puedan elegir vivir en consecuencia a lo que han recibido y glorificar a Cristo. ¡Ejerzamos nuestro magisterio con responsabilidad, excelencia y temor de Dios!

 

Sobre el autor:

Osmany Cruz Ferrer es cubano, ministro de las Asambleas de Dios de España. Bachiller en Teología y Biblia por el Seminario de las Asambleas de Dios (EDISUB). Es Licenciado en Teología y Biblia de la Facultad de Estudios Superiores de las Asambleas de Dios (FATES) y Licenciado en Teología y Biblia con ISUM Internacional de Sprinfield, Asambleas de Dios. Actualmente concluye una Maestría con FIET. Ha sido en Cuba Pastor, Director del Instituto Bíblico de Asambleas de Dios, Vicedirector de la Dirección Nacional de Investigaciones Teológicas, presbítero y miembro del Consejo Ejecutivo del Distrito Occidental en La Isla. Desde 2011, Osmany Cruz reside en España junto a su esposa Leydi y sus hijos Emily, Nathaly, Valery y Dylan. En la actualidad desarrolla su ministerio como misionero, pastor, conferenciante itinerante, escritor y profesor titular en la Facultad de Teología de Asambleas de Dios, donde además, es el Secretario Académico y Vicedecano de comunicación.

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