En relación al avivamiento (III)

avivamiento-iiiPor: Ángel Bea

“…Si se humillare mi pueblo sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. Ahora estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la oración en este lugar” (2 Cr. 7:14-15).

Hablábamos en la pasada reflexión de lo que cuesta darse cuenta de la necesidad que tenemos de un avivamiento espiritual, cuando estamos creyendo que estamos bien y que todo lo que hacemos es correcto, pero no es así. Pero si eso es así en relación con creyentes que no hacen cosas “escandalosas”, cuánto más a los que han tomado el camino de la fe con cumplir con una o dos reuniones a la semana y nada más; o los que les da igual mentir cuando sienten que les puede costar algo; o aquellos que cuando alguien les incomoda, dan una respuesta airada o sencillamente, no conforme a lo “mansos” y “pacificadores” que todos estamos llamados a ser; o aquellas a las  que no les importa transigir con el sentido de la modestia, el decoro y el pudor más elemental, como si la Escritura no enseñara nada sobre eso; o los que desperdician su tiempo ociosamente y no precisamente usándolo de forma correcta, en contraste con no dedicarle ninguno a las disciplinas espirituales tan necesarias en la vida cristiana, frente al mundo, la carne y el diablo;  o los/as que sin considerar la enseñanza bíblica sobre el noviazgo y el matrimonio, transigen y ponen el sexo en primer lugar, cuando la Biblia lo coloca como el acto que debe sellar el matrimonio, y todo acto que esté fuera del mismo es catalogado como “fornicación”; o, los que sin reparo alguno se dejan llevar por “la cultura” del país -el nuestro, claro-  y sin proponerse cambiar lo negativo de tal cultura, siempre llegan tarde a las citas con los demás, principalmente al culto público de la iglesia, pero son fielmente puntuales a las citas con los partidos de futbol y programas de televisión. Como si cuando decimos que “eso es cultural” fuese sinónimo de “bueno” y “aceptable”.

Y ya, “metidos en harina” ¿no les costaría reconocer el avivamiento espiritual y recibirlo, a aquellos que han entrado en el ministerio sin haber sido llamados por Dios? ¿Estarían dispuestos a dejar el lugar que no les corresponde, incluso aquellos que han “heredado” de sus padres pastores o misioneros el ministerio, como si de cualquier profesión u oficio se tratara, haciendo del ministerio su forma de vida?.

Y así podríamos seguir. Pero, habíamos pensado en qué ejemplo podríamos poner del Nuevo Testamento, que nos ayudara a entender el contraste entre estar y hacer las cosas mal, mientras pensamos que “somos fenómenos”, y verlas desde el punto de vista divino.  Y no hay mejor ejemplo que el de la Iglesia de Corinto. Si leemos al principio de la primera  carta, vemos una iglesia que había recibido del Señor todo lo necesario para ser una iglesia rica espiritualmente y ejemplar en aquella ciudad. (Ver 1 Co. 1:4-9). Pero cualquiera diría que vamos a seguir leyendo y nos vamos a encontrar en toda la carta con una iglesia ejemplar. Pero nada de eso vemos. Al contrario; lo que vemos es una iglesia con muchos pecados consentidos; el primero el de la división entre facciones…; el segundo la inmoralidad; el tercero  se relacionaba con los matrimonios; el cuarto, con el tema de la falta de comprensión con el tema de las comidas y la falta de amor entre los hermanos; otro, la negación y oposición al ministerio apostólico de Pablo; otro de orgullo en relación con el ejercicio de algunos dones espirituales y desórdenes en los cultos públicos… Y así hasta llegar al capítulo 15, donde algunos negaban la resurrección de Jesucristo.

Pablo menciona muchas clases de pecados y comportamientos en los cuales andaban los creyentes corintios, antes de confesar a Jesús como su Señor y Maestro (1 Co. 6:9-10). Y aunque trata con todos y cada uno de ellos,  trata de forma más detallada el caso de inmoralidad porque era escandaloso, principalmente.  Entonces,  resalta el hecho de que, en vez de que la iglesia haya actuado acorde con las enseñanzas de Cristo, les dice: “Y vosotros estáis envanecidos” y les señala cuál debería haber sido su actitud y estado de ánimo: “¿No deberíais haberos lamentado?” (1 Co. 5:1-2).

Ese es el problema, el nivel de vida de los cristianos puede llegar a ser tan mundano y tan fuera de lugar, desde el punto de vista espiritual y moral como -en el terreno de la educación- aquella mujer que se metía el dedo en la nariz de forma pública o como las otras dejando su mal olor por allí donde pasaban y no ser conscientes de ello. Al contrario: incluso podríamos pensar que somos unos “campeones de la libertad en Cristo” y “envanecernos” de eso mismo. ¿Hablar de avivamiento? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Para qué? “Estamos bien así”.

Pero la regla no la ponemos nosotros. La regla la pone Dios y está en su la Palabra. Y atendiendo a lo que el mismo apóstol Pablo dijo y experimentó, vemos cómo hemos de reaccionar los creyentes frente a lo descrito anteriormente. En ese sentido, el apóstol anuncia su próxima visita a la iglesia de Corinto y les dice:

“Pues me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes; que cuando vuelva me humille Dios entre vosotros, y quizás tenga que llorar por muchos de los que antes han pecado, y no se han arrepentido de la inmundicia y fornicación y lascivia que han cometido” (2 Co. 12:20-21).

La realidad de una iglesia como la de Corinto, es bastante parecida a la realidad de muchas iglesias y creyentes hoy día. Y el gran problema es que todo parece “estar bien” a los ojos de los que viven dentro de ese contexto. Por tanto, hablar de “avivamiento espiritual” es una cosa extraña –a menos que se esté hablando de otra cosa-; algo que pocos entienden por la misericordia de Dios, dada la condición de “envanecimiento” y la cacareada “libertad en Cristo” con la cual, cada uno defiende su modo de vida. El descrito más arriba, claro. Pero, en contraste, el apóstol Pablo nos muestra cuál es el sentir de Dios acerca de esa realidad descrita. Él, al igual que los antiguos profetas, cuando hablaban al pueblo de Israel, habla de “llorar” por la condición de la iglesia, aunque el mismo apóstol no participaba de sus pecados. Pero desde el punto de vista de aquellos por los cuales lloraba, las cosas se percibían de otra manera: “¿Llorar yo? ¿Por qué? ¿Para qué?”. Igual que hoy.

En todo lo que venimos diciendo el apóstol Pablo mostraba su corazón de pastor por aquellas descarriadas ovejas;  aquellos a los cuales él llevó al Señor cuando comenzó la obra en Corinto (Hch. 18:1-18); aquellos que comenzaron bien, pero que habían degenerado en una condición parecida a la que estaban cuando conocieron el evangelio (1 Co. 6:9-11).

Pero a pesar de todo y la dificultad para entender lo que significa estar en el centro de la voluntad de Dios, es precisamente en ese contexto al cual se refería el Señor, respondiendo a la oración de Salomón, y a las cuales palabras, el pueblo, la Iglesia en este tiempo y todos nosotros hemos de atender si queremos de verdad, un avivamiento espiritual:

“…Si se humillare mi pueblo sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. Ahora estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la oración en este lugar” (2 Cr. 7:14-15).

Que el Señor tenga misericordia de nosotros.

Sobre el autor: 

2016-04-09 16.17.35 (1)

Ángel Bea Espinosa nació en Fuensanta de Martos (Jaén) pero se crió en Córdoba. A los 21 años (final de 1966) entregó su vida al Señor Jesucristo, después de experimentar por largo tiempo una gran necesidad espiritual y a pesar de que era bastante religioso.  Después de una experiencia de 15 años de vida de iglesia y ministerio en la misma, fue encomendado al ministerio pastoral en 1982, con el reconocimiento de los pastores de la ciudad de Córdoba (España). Su formación ha sido autodidacta hasta que, en 2004 comenzó estudios a distancia con UNIVERSIDAD ICI Global en España, graduándose en Biblia y Teología en 2010, celebrando la ceremonia de graduación en el CSTAD (Centro Superior de Teología de las Asambleas de Dios de España).
Ángel Bea es pastor presidente de la Iglesia Evangélica Betesda de Córdoba. También es profesor del CSTAD, donde dicta la asignatura de bibliología a los estudiantes de primero. Está casado con Mª. Dolores Jiménez Vargas. Ambos tienen tres hijas y dos hijos.

 

 

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